26 octubre 2009

Categoría 5

Surgen de la azarosa condensación del vapor, el viento y las altas temperaturas. Se aproximan lentamente como una suave tormenta, cobran fuerza a su antojo, avanzan, te atrapan y, cuando quieres reaccionar, sólo puedes lamentar la destrucción que han provocado. Para entonces, ya se habrá esfumado en el aire. Los huracanes son tan terribles como inevitables y, en años como este, tienen nombre de mujer. Cada uno con su letra, la A para Ana, la C para Claudette, la E para Erika.
El huracán T llegó por casualidad, pero tardó muy poco en pasar de leve brisa a tormenta tropical. Sin embargo, sus vientos soplaban transparentes, cargados de nobleza y dignidad. Porque T, al contrario que el resto de agentes atmosféricos, avisó. Y pronto alcanzó la categoría 1.
Olvidé las recomendaciones de resguardarme en un lugar seguro, hacer acopio de víveres y capear el temporal. Las olvidé o tal vez quise ignorarlas. Y el huracán T fue adquiriendo cada vez más fuerza. Sus remolinos danzaban con exquisita dulzura. Sus ráfagas, frescas ante el calor, cálidas contra el frío, resultaban el mejor lugar para envolverse. Y el huracán T ya era de categoría 2.
Una racha de cordura me invadió en medio del vendaval y decidí correr a refugiarme. Tapié puertas y ventanas, blindé muros y tejado y sellé mi alma a cal y canto. Pero una bocanada de locura se coló por una grieta y salí inconsciente a la tormenta. T era por entonces un hermoso huracán de categoría 3 de esos que sabes que no pasarán dos veces.
Con rachas de más de doscientas risas por hora y ráfagas de setenta besos por minuto, T comenzó a dejarse sentir en cimientos y estructuras. La solidez de mi armazón comenzaba a flaquear y aquel ciclón, lejos de perder fuerza, alcanzó sin miramientos la peligrosa importancia de la categoría 4.
La categoría 5 es demasiado dolorosa. El huracán T, un torbellino de honestidad, marcha ahora hacia otras regiones, dejando tras de sí las consecuencias de sus pasos. Por eso esta noche, mientras retiro tu foto de la mesilla, lo hago con el deseo de que el recuerdo de tu brisa se cuele algún día por esta ventana que desde hoy vuelve a estar enladrillada.

22 octubre 2009

That is the question

“¿Y tú cómo eres?” no parece, en principio, una pregunta sencilla para responder en lo que dura un semáforo en rojo. Sentada de copiloto, aquella chica mitad periodista, mitad profesora, mitad actriz, mitad bailarina (eso hacen cuatro mitades, pero es que hay quienes valen por dos), ejercía sus cuatro facetas de golpe, como un bombardeo de estímulos del que sólo un titán podría salir indemne. Su mitad periodista indagaba en mi personalidad, para conocer mejor al individuo con el que estaba compartiendo algunas horas en su ya de por sí ocupada vida. Su mitad profesora me examinaba al detalle, para saber si acaso merecía aprobar la asignatura de su dedicación. Su mitad actriz dotaba de cómico dramatismo aquella escena en el coche de la que el mismísimo Hamlet habría salido huyendo, no sin antes lanzar por la ventanilla aquella pobre calavera que nunca entendió del todo por qué he ahí la cuestión. Y su mitad bailarina mareaba dulcemente mis neuronas con un chachachá de sales y azúcares que convertían mi empanada mental en un confuso postre para aquella bien alimentada tarde.

Yo, que nunca fui de hablar demasiado, asistía cual calavera a mi propia exposición. “Tú cómo eres…”, vaya con la niña. Ser o no ser parecía un dilema más fácil de resolver, más incluso que improvisar cada vez una invención distinta para escapar de aquellos “dime qué estás pensando… YA”. Pero “y tú cómo eres” superaba en dificultad el laberinto de aquellos semáforos, la técnica del baile caribeño y hasta los dilemas del príncipe danés. La radio rellenaba el silencio. Y he aquí que la cuestión se resolvió, pues por arte de casualidad, la letra de una canción expresó con sorprendente puntería la respuesta más certera de todas las posibles:

22 septiembre 2009

El político

– “Tengo que cambiar las cosas”, decía José Manuel mientras se anudaba la corbata el día en el que decidió meterse en el partido.

– “Al menos hay que intentarlo”, decía José Manuel mientras se anudaba la corbata y repasaba los últimos párrafos de su discurso, el día en el que fue nombrado candidato a las elecciones después de liquidar en los pasillos a sus compañeros rivales.

– “Crear ilusiones también es importante”, decía José Manuel mientras se anudaba la corbata, repasaba los últimos párrafos de su discurso y consultaba la agenda con su asistente, el día en el que se cerraba una campaña llena de promesas que él mismo sabía que no podría cumplir.

– “Las cosas son como son y hay que ser realistas”, decía José Manuel mientras se anudaba la corbata, repasaba los últimos párrafos de su discurso, consultaba la agenda con su asistente y persuadía por teléfono a varios tipos influyentes para que apoyaran sus decisiones a cambio de futuros favores, el día en el que juró su cargo como presidente tras convencer a otros partidos rivales para que apoyaran su investidura.

– “El partido es el partido y yo solo no puedo”, decía José Manuel mientras se anudaba la corbata, repasaba los últimos párrafos de su discurso, consultaba la agenda con su asistente, persuadía por teléfono a varios tipos influyentes para que apoyaran sus decisiones a cambio de futuros favores y trazaba las líneas a seguir para ocultar algunas medidas que unos meses atrás ni se le habrían pasado por la cabeza, el día en el que decidió presentarse a un segundo mandato.

– “De alguna manera hay que ganarse la vida”, empezó a decir José Manuel cada mañana cuando se miraba al espejo.

16 septiembre 2009

Discriminación

Hace 107 años, Theodore Roosevelt invitó a cenar a la Casa Blanca a un influyente profesor. La prensa puso el grito en el cielo y tachó el encuentro como una provocación: con la cena ofrecida a Booker T. Washington, Roosevelt acababa de extender la primera invitación oficial a la mansión ejecutiva a un negro y ningún otro afroamericano fue invitado a la Casa Blanca en los siguientes 30 años. Hoy, todos esos ignorantes se desmayarían al abrir cualquier periódico.

En la década de los 50, una joven llamada Sarah Bond buscaba alojamiento en Washington DC. En todos los hoteles encontró la misma respuesta: no hay habitaciones para negros. Veinte años después y tras grabar algunos discos, Sarah ofreció un concierto ante un selecto grupo de invitados y un hombre le pidió permiso para bailar con ella. Ese concierto tuvo lugar en la Casa Blanca y ese hombre era el presidente Johnson. Aquellos ignorantes que le habían negado una habitación 20 años atrás murieron de envidia en ese mismo instante.

El fin de semana pasado, un rapero de cuyo nombre no voy a acordarme le quitó el micrófono a una artista blanca de 19 años y número 6 en las listas de ventas de EE.UU. para decirle que su vídeo premiado en la categoría femenina estaba bien, pero que el videoclip de Beyoncé era mejor. Minutos después, tras recibir el Premio MTV al Mejor Videoclip del Año en el Radio City Music Hall de Nueva York, la cantante Beyoncé cedió su minuto de gloria a la chica blanca de 19 años para que pudiera disfrutar de los aplausos que le habían negado. Aquel ignorante ya había salido de la sala a vomitar su propia vergüenza.

Esta misma tarde he tenido que escuchar de tu boca que tú y yo no tenemos ninguna posibilidad porque me gusta el reguetón. En cuestión de segundos te vas a dar cuenta de la dimensión histórica de tu error.

16 agosto 2009

Vidas cruzadas

A Johannes W. Delzen, inventor del colutorio con sabor a tinto de verano, le tocó un viaje a Praga para dos personas. Preguntó si podía llevar a su perro como acompañante, pero las bases del concurso no lo permitían. El señor Delzen renunció al premio por considerar carente de interés viajar a un desierto en el que, según las mismas bases, podían declarar su premio. Desde entonces decidió mejorar su español.

Theresse Avignon acudió una mañana durante sus vacaciones en Marsella al ambulatorio más cercano con síntomas de gripe. El médico la derivó al hospital, donde le diagnosticaron la infección del virus H1N1. Murió horas después en el puerto, tras resbalar en unas escaleras. Un rico notario que pasaba por allí le preguntó si deseaba dejar testamento de viva voz, a lo que ella respondió con un sonoro y último estornudo.

Harry Latorre, productor de cine porno en Miami, se dirigía a casa de su madre en Key Biscayne con una tarta de cumpleaños. Tras llamar a la puerta tres veces y preocupado ante la falta de respuesta, decidió forzar la entrada. Encontró a la anciana ocupada con su caniche Rickymartin y decenas de botes vacíos de “Colutorio Delzen”, en el que la advertencia de “no ingerir” figuraba en alemán. La señora Latorre, que sólo hablaba inglés, saludó a su hijo con un “my birthday is tomorrow, asshole”.

Mariano Gorgojo, miembro número 36.718 del Colegio de Notarios de la República Checa, yacía moribundo en su mansión de South Beach, víctima de la gripe A. Arruinado tras perderlo todo en el “Latorre Party Complex” de Marsella, hizo trizas su declaración de testamento y entregó a su médico francés todo lo que le quedaba: un viaje a Praga para dos personas que había quedado desierto. El médico se llevó con él a un caniche abandonado con el hocico manchado de tarta de frambuesa.

A todos ellos les unía una circunstancia común: habían contratado Internet con Orange y les fue como el culo.

09 agosto 2009

Su salud y la de quienes le rodean

No tengas prisa. El mundo es ancho y nuestros sueños también. Mucho más que esa ranura de la máquina del tabaco. Si lanzamos la moneda y sale no, pasarás el resto de tus días reviviendo su giro en el aire, contando mentalmente caras y cruces e imaginando qué hubiera pasado ciento ochenta grados después, ciento ochenta grados antes. Y el tiempo no devuelve el cambio.

No es cuestión de azar, introduzca importe exacto. Es cuestión de despertar en esta pesadilla de las dudas. De responder a todas y cada una de las preguntas que formula tu piel cuando se aproxima a la mía. De resolver la ecuación de resultado exacto, con los milímetros contados a los que surgen las insalvables ganas de abrazarte. De completar la derivada en la que la incógnita eres tú, en la que la incógnita soy yo, y que gira y se complica en cada pausa para fumar. Esta situación perjudica seriamente la salud. Quizá también la de quienes nos rodean.

Por eso te digo que no tengas prisa. Yo también me acordaré de ti ante alguna puesta de sol.

08 agosto 2009

Terceto de buenas noches

Me empieza ya a dar pereza
escuchar esas historias
de tu fingida entereza.
Esas frases ilusorias,
tus elogios sin reproche,
los palos sin zanahorias.
Puedes subir a mi coche,
pero ya no hay recorrido
más allá de lo de anoche.
Si crees que estoy escocido
es que aún no me conoces.
Eres tú quien me ha elegido.
Tampoco busco más roces
que los que tuve con otras...
me da igual con quién retoces.

08 julio 2009

Cuidado con el perro

"¿Puedes cuidarme a la perra unos días?" Esas fueron -¿recuerdas?- las últimas palabras que me dirigiste. Y ya hace trece años. Ayer se murió Laki y quería que lo supieras, no vaya a ser que te dé por volver y esperes todavía que se te suba a las rodillas. Las mías, por cierto, están hechas polvo, porque aquella cachorrita pelusona de la que te despediste con un "pórtate bien, ¿eh?" llegó a superar los 25 kilos. Gracias, en parte, a los cientos, quizá miles de euros que gasté en su comida.

"Pórtate bien" no parecía, en cualquier caso, un mal consejo. El problema es que lo pronunciaste en castellano y no en el idioma de los perros, basado esencialmente en gruñidos, babeos y gases que más que del intestino parecen proceder del mismísimo infierno. Laki, de todos modos, no se portó demasiado mal. No peor que tú. Pues al menos ella nunca dijo una sola palabra, así que tampoco pudo incumplirla.

En honor a mi perrita (concédeme también, ya puestos, su custodia post mortem), he de decir que llegué a quererla mucho. Ella, sin embargo, nunca logró olvidarte. Suspiraba cada noche antes de dormir, resignándose a un injusto e inesperado abandono. Yo también te he recordado, y no únicamente cada vez que me he tenido que agachar en el parque con una bolsita negra envolviendo mi mano. Al igual que Laki, eché de menos tus mimos, tus caricias y tus juegos de ansiedad. Esa maniobra de lanzarme el palo de las ilusiones futuras para que yo saliese tras él, dispuesto a llevártelo de vuelta esperando que no hubiera un nuevo lanzamiento. Esa órden de "dame la patita", y yo te la daba, creyendo que mi recompensa sería diferente al "ahora dame la otra". Pero ya es tarde. Por eso, junto con la mala noticia, te envío también la vacuna contra mi propia rabia.

18 mayo 2009

Querer no es poder

Puedo decirte que un instante es eterno. Puedo mentirte sobre qué pasará. Puedo ofrecerte una manta en invierno. Y en verano, si quieres, pasear junto al mar. Puedo brindarte mi verdad, mi silencio, mis ganas de mejorar. Puedo otorgarte toda la exclusividad. Puedo entregarte un día, un milenio, un regreso a la infancia sin avisar. Puedo rebasar el límite de velocidad, beber, fumar y volcar en la cuneta de la complicidad. Puedo estamparme contra tu mal genio. O bucear en el lago de tu divinidad. Puedo darte todo lo que puedo. Pero lo que tú quieres no te lo puedo dar.

03 mayo 2009

Siempre se mueren las plantas

Azucena estaba a punto de rendirse. Siempre se le morían las plantas, por más que ponía todo su empeño en sacarlas adelante. Probó con geranios, petunias y troncos de Brasil, pero nunca consiguió que superaran el invierno. Sus amigos no comprendían cómo una chica tan dulce y sensible como ella era incapaz de hacer prosperar el más mínimo brote. Por eso un día, conscientes de sus dificultades con la fitología, le regalaron un cactus. Y no le duró ni dos meses.

Antes de darse por vencida acudió a su amigo Jacinto, un antiguo compañero de colegio al que le encantaban las plantas. Se conocieron en el jardín de infancia y ya desde entonces intentaba llevársela al huerto. Pero ella siempre le dio calabazas e incluso años después, en el baile de fin de curso, le dejó plantado. Todo siempre muy botánico. Un día Jacinto decidió no echar raíces y se despidió para siempre de Azucena. Sus padres, Narciso y Margarita, le habían aconsejado que nunca se fiara de una mujer a la que no le gustaran las plantas. Y Azucena resultaba ser un auténtico desastre.

Pero aquel día ella le llamó y Jacinto decidió ayudarla. Estudió durante días los hábitos de Azucena y las condiciones de luz y humedad en las que se desenvolvía. Se aseguró de que la temperatura fuera la adecuada, que la mineralización del agua fuera la correcta y que nada perturbara el entorno idóneo para cultivar sus plantas. Entonces sembró algunas semillas. Azucena las cuidaba bajo la supervisión de Jacinto, al tiempo que él recordaba por qué aquella chica le gustó siempre tanto. Comprobó que ella regaba con cuidado, vigilaba la incidencia del sol e incluso llegaba a hablar cariñosamente a aquellos tallos que comenzaban a brotar. Hasta que se morían.

Jacinto contemplaba atónito aquella marchita realidad y trató de hallar la explicación a tan funesto fenómeno. Empleó toda su capacidad de comunicación con el mundo vegetal. Analizó la tierra, el agua, la savia y el humus. Rescató sus conocimientos sobre clorofila y polinización. Y volvió a mirar a Azucena. Entonces lo comprendió. Como por arte de fotosíntesis se le reveló la verdad: sus plantas morían de pena. De pena al no poder abandonar sus macetas para abrazar a Azucena y acompañarla hasta el fin de la vida. De pena por no poder contemplar aquellos hermosos ojos que sólo deseaban verlas crecer. De pena al asumir que jamás la podrían besar, amar ni agradecer tanto cariño porque, a pesar de la intención, en la implacable diversidad de los seres vivos, unas y otra pertenecían a reinos distintos.

22 abril 2009

Con cuarenta años

De pronto se acordó de aquellos prepotentes que había conocido años atrás, de los que solían mirarle por encima del hombro, de esos que caminaban con suficiencia, como si hubieran nacido en el podio. Le brotó el recuerdo de aquella actitud engreída, de los comentarios inoportunos, de la falta de tacto que tanto observó. De repente visualizó el regreso de aquella desagradable tensión, el trato innecesariamente hosco, la sombra de tanta aspereza. Y todo ello cuando se miró a sí mismo en el espejo.

04 abril 2009

Las vigas de mi alma

Me enseñó a atarme los cordones, mis ocho apellidos y a decir “otorrinolaringología”. Me enseñó los ríos y las provincias, el abecedario y a construir naves espaciales con las piezas de Tente. Jugamos juntos al Spectrum y a las canicas. A las chapas, al futbolín, a los dardos, al billar, al póker, a los dados y al mus. A piedra, papel o tijera, al pulso chino, al ping-pong y al calientamanos. Y todo me lo enseñó él. Me enseñó también a poner la mesa, a no hacer la cama pero que parezca que está hecha, a dibujar coches en perspectiva y a silbar con y sin mover los labios. Me enseñó tantas cosas que nunca seré capaz de recordarlas todas, porque es imposible enumerar las vigas y los pilares que sustentan tu propia alma. Todo lo que él me aporta se convierte automáticamente en parte de mí. Y así crecí, compartiendo con él dormitorio, palabras y horas de vida.

Hoy es su cumpleaños y quiero regalarle estas palabras. Porque para mí no ha habido mejor regalo que el de crecer con la inmensa suerte de tener por hermano a mi hermano Ernesto. De contar con su incondicional protección en los años que compartimos colegio, de contar con un cariño que el tiempo, en lugar de debilitar, ha ido multiplicando. De disfrutar la maravillosa experiencia que supone tener un hermano mayor, al menos cuando tienes uno como el mío.

Así que cuando hoy, como cada 4 de abril, digo FELICIDADES, me estoy felicitando a mí también y a todos los que comparten mi suerte.

29 marzo 2009

"A doscientos metros, sáltese el semáforo"

Mientras intentaba instalar en mi móvil el navegador GPS que se supone que incluye, e intentando igualmente no caer en las múltiples tretas con las que mi operador (en una alianza evidente con el fabricante) pretende sacarme unos euretes así, como quien deja una propina sin venir a cuento, me he topado con esta anomalía publicitaria.

La sinopsis es sencilla: un tipo solitario se toma un café en una terraza de Madrid. De pronto recibe el típico mensaje que te alegra la tarde: acaba de quedar con una muchacha por SMS. Sin tener nada más que hacer en la vida que salir pitando ante el primer estímulo, arranca el coche y atraviesa el centro de Madrid (nótese que no ha pagado el café). Sin embargo, el aparente "simpa" no es la única muestra de la inadaptabilidad social de nuestro protagonista. Bajo el lema "nunca llegues tarde a una cita", la campaña nos muestra las ventajas de un servicio de navegación por carretera y peatonal en el móvil en pleno domingo de agosto. Ventajas que se diluyen por la constante amenaza pública que abandera el fulano en chaqueta: acelerones injustificados, cambios de carril repentinos, invasión descarada del carril bus, ignorar un ceda el paso y hasta saltarse un semáforo en ámbar en plena Gran Vía son algunas de las recomendaciones del spot. Lo que más me acojona es que mi ruta al trabajo coincide en una curva con la del "asesino del Nokia".

Cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo en el fomento de la inseguridad vial, ahora llega una marca de móviles y nos dice que no lleguemos tarde a una cita, caiga quien caiga. Y digo yo, ¿con estos modales para qué queremos un GPS?

20 marzo 2009

Superficie útil

Los repartidores subieron los muebles uno a uno hasta la nueva casa de Andrés. Ya había decidido dónde iría cada uno de ellos, así que no tuvo más que guiar a los empleados. La cafetera exprés la colocaron en el dormitorio, porque lo primero que hace Andrés nada más levantarse es tomarse un café, y no tiene demasiado tiempo entre que suena el despertador y se va a al trabajo como para desperdiciarlo en paseos a la cocina. Allí, en la cocina, mandó colocar el televisor, porque es mientras se prepara las tostadas cuando puede ver las noticias antes de salir corriendo a la redacción de su periódico. Si puede ir adelantando algo de trabajo, lo escribe en su ordenador, cuya mesa ordenó instalar justo enfrente del retrete. Allí es donde se le ocurren las mejores ideas, así que sería una lástima no poder escribirlas antes de que desaparezcan junto con todo lo demás al tirar de la cadena. Entre ese escritorio y la ducha decidió poner el armario, porque si algo odia Andrés es atravesar desnudo la casa a las siete de la mañana… Y así, poco a poco, el joven periodista fue configurando la casa a su gusto, satisfecho por todo el tiempo que ahorraría en su rutina diaria.

Pero uno de los repartidores no pudo resistirse. Nunca había montado una cocina con sofá, un dormitorio con fregadero y un baño con impresora, así que, en un arrebato de curiosidad, le lanzó la pregunta:

– “Disculpe, señor. ¿Y en este cuartito no va a poner nada?”, dijo señalando el espacio que tal vez algún arquitecto concibió como el aseo.
– “No, en el salón no”, respondió. “Será mi cuarto de descanso”.

18 marzo 2009

Miedo a volar

Lucía le tenía pánico al avión. No fueron pocos los que intentaron convencerla para que lo superase. “Yo he volado mil veces y aquí estoy”, “nunca pasa nada” o “pero si es el medio de transporte más seguro” eran algunas de las frases más repetidas por todos aquellos bienintencionados amigos que trataban de animarla. Pero ninguno parecía hacer o más mínimo por comprenderla. ¡Lo de Lucía era miedo auténtico! Un espanto irracional e incontrolable hacia ese fenómeno extraño de mantener los pies separados de la tierra. Podía comprender los principios físicos que sostienen a las máquinas en el aire, podía admirar la tecnología que lo hace posible y podía incluso confiar en la destreza de los pilotos que dominan ambas cosas. Pero volar no iba con ella. No, no y no. Y, consciente de todo a lo que renunciaba, no tuvo más remedio que aceptarlo como era.

Pero lo más doloroso del asunto no es que se viera incapaz de tomar un avión, sino que el alma de Lucía venía ya diseñada con una especie de alas que le resultaba muy difícil desplegar. Su pasión por conocer, sus ansias de descubrir y su ambición por vivir un mundo en el que nada le resultaba indiferente, convertían su fobia en una gruesa cadena que rodeaba sus siempre nonatos planes. Asumía que nunca podría visitar determinados lugares, cumplir determinadas tareas profesionales o reencontrarse tan a menudo como le gustaría con su querido Miguel. Pero así eran las cosas.

Hasta que un día voló. Y su miedo, sencillamente, desapareció. Como desaparece el paisaje por debajo de las nubes cuando el avión se eleva, o como desaparecen las maletas que nunca llegan a la cinta transportadora. Aquel primer trayecto entre Madrid y Vigo le permitió, además de sobrevivir, disfrutar de una experiencia inolvidable y, afortunadamente, repetible. Estrenó tarjeta de embarque con algo más que un número de asiento bajo su nombre y sus apellidos. Impreso con la tinta invisible del orgullo, en aquel billete figuraba también el triunfo de sí misma sobre lo que le impedía serlo, el éxito de un campeón que vence sin concesiones, la reserva de ida y vuelta hacia un presente sin límites. Porque Lucía no había mentido a nadie cuando juró ser incapaz de volar. Simplemente, lo hizo.

17 marzo 2009

Estupidez infusa

La vio bailando en el bar e imaginó que se acercaba a ella para decirle algo. Que ella se reía, que tomaban otra copa, que charlaban afectuosamente y que allí comenzaba una hermosa relación para toda la vida. Imaginó que pintaban juntos su nueva casa, que cocinaban platos entre cosquillas y pellizquitos y que veían películas al calor de una manta. Imaginó que pasearían junto al mar por las tardes, que saldrían a bailar por las noches y que, al llegar a casa, él le llevaría un poleo caliente hasta el sofá. Así que, dispuesto a dejar de imaginar, se acercó a ella y le dijo ese algo: “No te imaginas las ganas que tengo de hacerte un poleo”.

La bofetada sonó más fuerte que la canción de Bunbury. Según supo más tarde por una amiga común, entendió “polvo” en lugar de “poleo”. Pero él no se libró de explicarle a su amiga a qué venía esa estúpida frase. Le contó que se consideraba un romántico y que, cuando se enamoraba, se enamoraba de verdad, aunque en este caso no conociera de nada a la defensiva muchacha. Le aseguró que todo habría salido bien de haber especificado más. “Menta-poleo”, por ejemplo. Y aunque su amiga intentó persuadirle para que dejara de ser tan gilipollas, él estaba convencido de que lo único que debía hacer era vocalizar mejor.


11 marzo 2009

La confesión de la piedra


Dale al play

El truco consiste en no mirar a los muros. El horizonte siempre regala un placentero espejismo cuando caminas en invierno por la Rúa Mayor. La vista al frente, el paso tranquilo y la garantía generosa de que una toalla cálida secará tu cara, tu pelo y cada uno de los dedos con los que despegues de tu piel la ropa empapada bajo la lluvia. Sin mirar a los muros. Los adoquines aseguran la marcha, la calle delimita el camino y la gente brinda con sus paraguas en un convoy impermeable que avanza con decisión y sin mirar a los muros hacia el refugio particular en el que cada día se parece al anterior. Y no importa nada más. Pero un violín rasga suavemente el aire húmedo. Peligro, no mirar.

Y miras. Y adviertes tras sus cuerdas la presencia de los muros que debías haber ignorado. La piedra dura y fría cuya composición vertical permite al horizonte ser horizontal, ofrece a la calle un límite que delimitar y protege a la gente de las gotas diagonales que sus paraguas no pueden parar. El violín no cesa. Y sus notas comienzan a hablar. Ya no ambientan, ahora cuentan la verdad. Ya has visto los muros. La pared de una ciudad que late lateralmente, en la que la inercia es inerte, donde la vida es vidente. El futuro revelado por la melodía se talla con cada gota sobre la piedra de Villamayor. Peligro, no tocar.

Y tocas. Y sientes en las yemas de tus dedos que la piedra no es dura y fría, que la lluvia la convierte en arcilla caliente. Una arcilla centenaria que soporta toneladas de historia en cada bloque, esperando desde hace siglos el momento de reclamar la atención. Pero llueve y no importa nada más. Podrías seguir hacia adelante, con la vista al frente, sin mirar a los muros. Pero ya has mirado. Y la piedra ya no es blanca. Se oscurece al contacto con el agua. Se confiesa, grita en vertical y hacia abajo reclamando por fin tu atención. Lo sabrás cuando camines bajo la lluvia por la Rúa Mayor. Podrás mirar al frente, ignorar el violín, olvidar la melodía. Y nada importará. El truco consiste en no mirar a los muros, pues el horizonte siempre regala un placentero espejismo.


04 marzo 2009

Las reinas del drama

Era una de esas chicas que se creen protagonistas. No sólo de su propia vida, también de las vidas de los demás. Me las encuentro a cientos. Acuden con frecuencia al discurso de la autoestima, pero no dejan de recordarse que están en este mundo para llamar la atención. Y lo peor que puedes hacer es preguntarles cómo están, porque entonces te harán sentir que tu pregunta es muy inoportuna. Son las reinas del drama. Cualquier saludo, comentario o halago que les dirijas se volverá contra ti como una bocanada de culpa porque, querido y desacertado amigo, las habrás pillado en uno de los peores días de su vida. Siempre es uno de los peores. No intentes agradar, ni mucho menos pretendas arreglar su malestar. Porque cualquier intento de ofrecerle positividad no logrará más que hacerles la competencia a sí mismas dentro de su particular y centrípeto mundo adverso. Si eres listo serás de los que lo dejan estar y tal vez hayas observado además que su afección, en su entorno, es altamente contagiosa.

Rosa era una de esas. Y algunas de sus amigas empezaban también a serlo. Por eso cuando conocí a Teresa descubrí que en realidad no odiaba a las mujeres como mis amigos me hacían creer, sino simplemente a un tipo determinado de mujer con el que me había cruzado frecuentemente. Con su transparencia y su sencillez, Teresa era para mí una especie de vela inextinguible que iluminaba mis días y, meses después, también algunas noches. Porque el peligro que tiene la luz es que te saca de las tinieblas, y la cotidiana shakespearidad de Rosa fundía todas las bombillas que yo iba enroscando en los casquillos de mi día a día.
No voy ahora a eludir la responsabilidad de nuestra ruptura, pero sí que os aseguro que Rosa no hubiera aceptado cualquier otro escenario que no la dejara justo bajo el foco puntual y preciso con el que acaban las grandes tragedias griegas. Me guarda rencor desde entonces, cosa que acepto sin rechistar, pero se le olvidó entregarme el carné del club de tíos que le han destrozado la vida. Creo que me tocaba el de socio número mil. El ex novio de mi angelical Teresa no se lo tomó mucho mejor, pero en su caso a quien odia es a mí, no a ella, y creo que le juró arrancarme algo, no sé si las extremidades o algo peor. También me hago cargo. La diferencia entre él y Rosa es que el traicionado ex novio sufrió el abandono estoicamente durante el primer y el segundo tiempo, e incluso algunos minutos de descuento. Pero ya. Y ahora es feliz con otra. Rosa en cambio me detesta aún hoy y me culpa de todo ante su nuevo novio, igual que culpaba a otros mientras estuvo conmigo. Porque el reinado de sus majestades del drama es vitalicio y sucesorio, aunque en este caso quienes heredan son los consortes.


01 marzo 2009

Obaminator

"Las cosas buenas, además de serlo, lo tienen que parecer. En eso Obama no necesita asesores. Tampoco ha necesitado una muchedumbre entusiasta, música alegórica de fondo ni aplausos como contrafuertes. En esta ocasión ha bastado una cámara y uno de los fondos más feos del Ala Oeste para confirmar que tiene los Presupuestos como el caballo de Espartero".
Sigue leyendo en mi otro blog.

Son las 20:14 del domingo 1 de marzo y aún creo en la política.

19 febrero 2009

El ojete de Dios

Cansado de tanto ateo-bus y tanta mierda, Dios lanza un ultimátum a la especie humana. Su mirada lo dice todo: se está pensando seriamente lo del Apocalipsis. Esto, que lo mismo es un viral de esos, lo ha grabado supuestamente un chaval de 18 años en Turquía. Dice que lo vio cuando caminaba junto a una mezquita y que se cagó de miedo. Lo ha publicado hoy The Sun.

14 febrero 2009

Valentín, santo varón

Querida Maripaz:

Amándote en secreto como te amo desde los dieciséis años, quería puntualizarte algo en este día de San Valentín. Sé que te han contado que cada catorce de febrero acudo puntualmente a las seis de la tarde al lugar en el que te propuse que fuéramos novios allá por 1989. Todos los años me presento allí, en la puerta del instituto, confiando en que aparezcas por el fondo de la calle vestida como aquella vez. Sin embargo nunca llegas, cosa que por otro lado es de suponer puesto que no hemos vuelto a hablar desde entonces. Creo que lo último que me dijiste fue “de qué vas”, seguido de un elocuente “piérdete, niñato”, pero como ves sigo enamorado de ti y confiando en que la fuerza de nuestro amor pueda superar la barrera de los años. Por eso hoy quiero hacerte una puntualización: que me han dado hora en el dentista a las cinco, así que si vas a ir a lo mejor llego un poco más tarde.
Siempre tuyo,
Claudio

13 febrero 2009

Tablón de anuncios

Publicado hoy por Eureka en el Diario A:

Te conocí el mes pasado y no puedo dejar de pensar en ti. Soy el portero de la discoteca Eclipse y aquella noche me preguntaste “dónde hay una biblioteca”. Normalmente me preguntan por la parada de taxis o la máquina de condones. A uno que me preguntó dónde estaba mi cuello le calcé una hostia que casi lo reviento. Pero nunca me habían preguntado por una biblioteca. Llevo 30 años esperándote, conociendo a miles de chicas guapas arregladas hasta la perfección, y creyendo que si la belleza está en el interior es porque yo la dejo pasar. Pero te vi y todo cambió. Y luego desapareciste. Si lees esto, escríbeme al buzón 5572.


Publicado hoy por Luna en el Diario B:

Llevo varias semanas sin pegar ojo. Te pregunté por una biblioteca y me indicaste hacia la calle del Sol. Era de noche y estaba cerrada, así que volví al día siguiente al lugar donde te conocí, pero era de día y estaba cerrado. Llevo 25 años buscando algo que hacer por las noches aparte de leer. Buscando a alguien que me saque a pasear, que me lleve a divertirme y me abrace de madrugada. No soy una de esas chicas que se desenvuelven en público y sin pudor. Yo busco el ocaso, necesito protección. Si lees esto, espérame cada noche en el mismo sitio. Volveré en el próximo cuarto menguante.

12 febrero 2009

¿Es esto la vida real?

Llevo dos semanas sin Internet por culpa de los hijos de puta de Orange (que me perdonen las putas). Estoy muy a punto de perder todos los contactos de mi móvil porque me ha dejado de funcionar de repente. Tengo que formatear mi disco duro urgentemente. Y además se ha fundido la bombilla de mi cuarto. Todos estos problemas no serían más que gilipolleces si pudiera hacer una vida normal, pero llevo tres semanas esperando a que la Seguridad Social autorice al seguro de mi empresa a que comience la rehabilitación de mi hombro. Para añadir dramatismo shakespeariano, creo que tengo una caries. Por eso al igual que David, el niño dopado en el dentista, a veces me pregunto si esto es la vida real. Y sobre todo, por qué os gusta tanto descojonaros de mí y de mis pequeños problemas... David, yo te comprendo: ¿va a ser esto para siempre?




Gracias por el vídeo, Lele.

26 enero 2009

Welcome to the Jungle (I)



Era el primer recreo después de Navidad, volvíamos a vernos las caras en el colegio. Las que nos gustaba volver a ver y también las que no tanto. Las vacaciones de invierno no eran como las de verano, que exigían dedicar varios recreos a escuchar las historias de todos. Historias mitad mentira, mitad falsas, de las que sabías que no te podías creer nada pero que intentabas mejorar con tu propia invención. En enero sin embargo no había novedades, salvo los regalos de reyes.

Aquellos eran los años del disgusto, algunos ya habíamos descubierto quiénes eran los reyes magos, pero respetábamos con honor la ingenuidad de los aún indoctos. Protegíamos sus oídos de todos esos cabrones que querían romper la ilusión de los demás sólo porque en aquellas navidades se había frustrado su fantasía anual. Y aquella protección gratuita nos hacía sentir mayores, porque los adelantados intercambiábamos miradas cómplices entre nosotros con las que, de alguna manera, nos decíamos “cuidemos del rebaño”.

Pero aquel rebaño, el nuestro, no era el único entre los chicos del CPJV, el Colegio Público Jungla Verde. Había dos grupos bien diferenciados: los que jugaban al fútbol y los que sabíamos hacer otras cosas. Los primeros se creían los mejores. Llegaban a clase sudando, y siempre alguno con el balón debajo del brazo, como exhibiendo el sello del éxito en su pasaporte y con el que pregonaba que durante aquella media hora chupando bola había sido el que marcó más goles. Luego estábamos los demás, que invertíamos el recreo en otras cosas… Porque había algo de lo que aquellos autoproclamados triunfadores no se habían dado cuenta aún: las chicas no juegan al fútbol.

(continuará...)

18 enero 2009

Nervio y ansia

De aquí al martes todo será hacer tiempo. Mientras tanto, os dejo con él:



Faltan 1 día, 19 horas, 3 minutos y 54 segundos para que algo cambie en
Washington, aunque sólo sea la retórica.

11 enero 2009

La rosa y el cactus

Cuando me dejé crecer la perilla por primera vez observé que aquel rígido vello facial podría cubrir todos esos granos adolescentes que de vez en cuando invadían mi barbilla a traición. Pero no lo hice. Confiaba en que el acné cumpliría su horario, que había llegado cuando tocaba y que se marcharía a su hora. Y durante aquellos años de jabón y desgracia ante el espejo, me consolaba pensando que si las rosas preferían tener visibles sus espinas era para que nadie las tocara.

Pasados los meses y los granos, mi primera novia hizo un suave pero sólido dictamen sobre aquella perilla que volvía a crecer: mis pelos le irritaban la cara. Por eso podaba a diario con mi maquinilla de afeitar aquellos pinchos faciales que impedían a aquella chica de cutis sensible acariciar la rosa que había elegido.

Ahora intento reservar los besos a mi particular altar de lo sagrado. Ese sancta sanctorum de las cosas demasiado importantes como para utilizarlas en vano. Allí guardo el matrimonio, la comunión, los “te quiero” y la música de Queen. Prohibido utilizarlos en vano. Estoy haciendo sitio a los besos. No gastarlos en labios que no venero, llevarlos rápido a otros paisajes próximos. Reservar la húmeda caricia de la lengua para los destinos en los que no miente.

Por eso ahora me dejo crecer un poco de barba. La suficiente para irritar cualquier tez anónima, pero lo bastante corta como para no acariciar. Cuidando ante el espejo estas púas de mi cara que, como el cactus, dicen sin embustes que “si me tocas te dolerá”. Y temiendo ante el espejo que seas tú la rosa que me va a afeitar el alma con navaja.

07 enero 2009

La verdad sobre los Reyes Magos

El 7 de enero Marquitos no dejaba de darle vueltas al mismo asunto. ¿Debía o no debía contarle a su padre que había descubierto la verdad sobre los Reyes Magos? Cierto es que el día anterior había pasado quizá el mejor día de reyes de su vida, a pesar de que fue el primero que no pudo compartir con su mamá. En la mañana del primer 6 de enero después del divorcio de sus padres, Marquitos abrió sus regalos con más ilusión que nunca. Y eso que sólo unas horas antes, presa del más absoluto asombro, había descubierto a su padre colocándolos sobre el sofá del salón.

Ocurrió más o menos a las dos de la madrugada. En los últimos tres meses Marquitos no dormía bien. Antes, era su madre quien le arropaba en la cama, le leía un cuento y le daba un beso de buenas noches cuando ya se había quedado dormido. Desde octubre, lo hacía su padre. Le arropaba en la cama, le leía un cuento y le daba un beso de buenas noches, porque Marquitos fingía quedarse dormido para que papá no sintiera que algo estaba haciendo mal. Pero le costaba dormir. Aquella noche de reyes, además, se hacía mucho pis.

Marquitos se levantó de la cama confiando en que aún no hubieran llegado los reyes. Miró el reloj: eran las dos menos cinco. "A lo mejor hasta las dos no llegan", pensó, y abrió la puerta de su dormitorio para cruzar con decisión el pasillo que llevaba hasta el baño. Pero había luz. A medio camino, donde estaba el salón, alguien hacía ruido. Marquitos comenzó a temblar de emoción. Sabía que no debía ver a sus majestades de Oriente, pues podrían marcharse enojados con sus regalos y castigarle con carbón. Pero la tentación era demasiado fuerte, incluso para un niño de seis años. Se acercó en silencio hasta la puerta y, confiando en que los tres reyes estuvieran ocupados y de espaldas, asomó la cabeza. La sorprendente realidad estaba ante sus ojos: no era otro más que su padre el que colocaba los regalos.

Con la boca y los ojos abiertos como platos, a punto estuvo de hacerse pis encima. Llegó al baño por los pelos, donde continuó con la boca abierta. Pensaba en todo el tiempo que había pasado ignorando la verdad, en todos esos impostores de barba y corona que decían tonterías en el centro comercial, en el colegio y hasta en la tele. Lamentó que tantos y tantos niños tuvieran que seguir engañados, pero entendió que era mejor así. Salió del baño y, antes de volver a su cuarto, decidió echar otro vistazo al salón. No porque no pudiera creerlo, sino para contemplar de nuevo a su padre. Esta vez sin sorpresa, sólo con el tremendo orgullo de ser hijo de aquel hombre. El que le había convencido de que debía dormirse antes de que llegaran los reyes. El que pasaba tanto tiempo ocupado durante el año, seguramente preparando la noche más importante de todas, aunque tanto trabajo le costara la ruptura con mamá. El que no actuaba en grupo, sino repartiéndose la tarea para que les diera tiempo a visitar todos los hogares del mundo. El que pasaría el resto de su vida sin saber que su hijo había descubierto la verdad más emocionante de todas: que su padre era uno de los tres Reyes Magos.