19 diciembre 2008

Cuestión de tiempo

Dentro de veinte años, si el asteroide Apophis llegase a chocar contra otro pequeño asteroide que atravesará su órbita, su trayectoria podría desviarse hacia la Tierra, donde impactará con una fuerza devastadora equivalente a la de 40.000 bombas nucleares; existe una posibilidad entre 37 de que esto suceda en el año 2029. En las próximas décadas, el aumento de las temperaturas provocado por la emisión de gases contaminantes a la atmósfera provocará fenómenos meteorológicos extremos, alterará las corrientes de aire y elevará el nivel del mar, con la consiguiente desaparición de las actuales costas; si se cumplen las previsiones, para el año 2100 los océanos habrán crecido entre 100 y 125 metros. Cuando el Sol haya consumido todo el hidrógeno que alberga en su interior y lo haya transformado en helio, la presión será tan grande que su núcleo se contraerá, las capas exteriores se dilatarán y la estrella se expandirá hasta tragarse la Tierra a una temperatura de 100 millones de grados centígrados; esto sucederá, sí o sí, dentro de 5.000 millones de años… Y tú vas ahora y me montas este pollo porque habíamos quedado para comer y he llegado una hora tarde. Cariño, ¿no ves que estás sacando las cosas de quicio?

18 diciembre 2008

No soy Earl (IV): crematorio femenino

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No quiero quitarme culpa acusando a nadie en mi lista, pero el cerebro de esta mala acción en el colegio no fui yo, sino mi amigo Nico, gran aficionado a vacilar al personal. Esta broma cuenta con algunos de sus elementos preferidos: huesos de pollo y alboroto con los muertos. Pero elegir el baño de las chicas para hacerlo imagino que fue cosa mía.

– “Sembré el pánico en el baño de las chicas”

No era la primera vez que Nico sacaba comida a escondidas del comedor. Una vez metió un rábano en la cajonera de un compañero y otro día dejó una salchicha entre las tizas del profesor. Pero aquel día había pollo e hicimos acopio de huesos, que envolvimos en servilletas a la caza de un buen vacile.

Esperamos casi a que empezaran las clases de la tarde. Nico y yo nos colamos en el baño de las chicas y dejamos los huesos en un pequeño montón sobre la repisa del lavabo. Junto a ellos, un letrero escrito a mano: “por favor, incinérennos”. No sabíamos si aquello acabaría en un rotundo fracaso o en el despacho del jefe de estudios, lo cual habría significado cierto éxito. Pero decidimos actuar con profesionalidad y cuando oímos que un grupo de chicas se acercaba salimos del baño fingiendo llorar, como dolidos por alguna triste pérdida.

Las chicas nos ignoraron a pesar de nuestro aparente estado, con el habitual desinterés que demostraban en aquel lugar. No nos preguntaron qué nos pasaba, ni siquiera por qué salíamos de su baño. El caso es que su altivez se derrumbó y nuestro orgullo se fortaleció enormemente al escuchar el grito conjunto y unánime de aquellas preadolescentes que, incomprensiblemente, se asustaron de aquella gilipollez. Hay tantas preguntas que hoy les haría a aquellas chicas… Pero aunque se supone que esta lista es para arrepentirme, esto es algo que a mi hijo, sin duda alguna, le recomendaré hacer.


Ya taché de mi lista:

“Me colé en una fiesta en Harvard”
“Me cargué todos los Plastidecor de un desconocido”
“Robé 10 euros en una franquicia de café”

17 diciembre 2008

Eco en la eternidad


Algunos creen en lo que no se puede ver. Otros, acostumbrados a ver cosas que cuesta creer, recubrimos nuestra fe con barnices de ficción que nos ayudan a creer en los hombres que vemos. Entre los hombres de mentira, uno de mis predilectos asegura que lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad. Pero yo, que soy real, digo que lo que no hacemos, en cambio, retumbará por siempre en las montañas del presente. Tú suenas en todas. Cada paso, cada voz, componen en el aire el adagio de lo no-hecho, y tú estás en cada nota.

Te veo y creo en ti, bella, espléndida, extraordinariamente buena en un mundo parco y vil. Por eso dudo, y no de ti. Dudo de mi fe, que idealiza con barniz figuras a las que adorar. Dime si eres real, porque yo sí lo soy. Y aunque te reserve para siempre el altar de las cosas sin hacer, aunque renuncie a escuchar en la otra vida la partitura del intento, deseo saber al menos si creo en lo que veo o si en cambio sigo creyendo en lo que no se puede ver.


16 diciembre 2008

No soy Earl (III): en la brecha de la antiglobalización

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“Comercio justo” son aquellas iniciativas que promueven un mayor equilibrio entre el productor y el consumidor para que los más desfavorecidos por las imperfectas fórmulas del capitalismo no se vean perjudicados de forma inmerecida. Renunciar a la explotación infantil, garantizar los derechos de los trabajadores y pagar sueldos dignos son algunas de las herramientas de ese “comercio justo”. Robar a una multinacional, por más que intentes convencerte, no lo es. Por eso hoy quiero confesar una de las más impopulares malas acciones de mi lista:

– “Robé diez euros en una franquicia de café”

Éramos cuatro, pero no todos compartíamos la misma visión de la lucha contra la opresión. Disfrutábamos de un té en la planta superior de aquel local y junto a nosotros, en una mesa aledaña, varios extranjeros tomaban sus cafés. Como hacían mucho ruido nos cayeron mal. Pero cuando se fueron descubrimos en un platito un hermoso e inadvertido billete de 10 euros. La maquinaria se puso a funcionar.

“¿Pero aquí no se paga abajo?” “Sí, sí, se paga abajo”. “¿Creéis que vendrán los camareros a recogerlo?” “No, no, aquí no suben los camareros”. “¿Se va a quedar ese billete ahí” “Sí, no, no sé, se va a volar a menos que nosotros lo recojamos”. Nos hacíamos preguntas a las que respondíamos con lo que más nos apetecía escuchar. Hasta que llegó la pregunta clave: “¿estaría mal quedarnos con ese billete?”. Uno del grupo pensó que sí, que aquello estaría mal. Los otros tres nos repartimos las tareas. Yo vigilaba la escalera, otro cubría haciendo bulto y otro lanzó la mano al plato. “Es una multinacional que explota al tercer mundo” podría haber sido el título de una tesis doctoral elaborada con todas las justificaciones indocumentadas que alegamos aquella tarde.

Mientras tratábamos de convencer a la única oveja no descarriada, decidíamos en qué nos íbamos a gastar el dinero. Contribuir a la lucha contra el hambre o a la promoción de los derechos humanos no fue propuesto por nadie. Igual que tampoco hubo manera de arrastrar a nuestro amigo al lado oscuro. Mejor así: esos diez euros no hubieran dado para una cuarta hamburguesa en el Burger King de la calle Tetuán. ¿Otra multinacional? Tal vez, pero en aquel momento los hambrientos éramos nosotros.


Ya taché de mi lista:
“Me colé en una fiesta en Harvard”
“Me cargué todos los Plastidecor de un desconocido”

14 diciembre 2008

No soy Earl (II): destruyendo Plastidecor

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Los viernes por la tarde, después de las clases, me quedaba en el colegio para asistir a unas reuniones de grupos cristianos. No era exactamente una catequesis, pero sí nos instruían en los valores que sirven para hacer de este un mundo mejor. Valores que, acabada la reunión, eran radicalmente invertidos para ejercer el mal a la edad de doce años. Por aquel entonces yo contaba con la amistad de un cómplice, Enrique, con el que me solía colar en las clases ya vacías para jugar a “Godzilla anda suelto”. Juro que nunca pretendíamos romper nada, pero en una ocasión se nos fue de las manos y acabamos abriendo un estuche.

– “Me cargué todos los Plastidecor de un desconocido”

Presumía la publicidad de estos lapiceros de plástico de la nula toxicidad del producto. Pero aquellos Plastidecor eran más peligrosos y a la vez más divertidos que un festival de petardos. Bastaba con colocar uno por encima del dedo corazón y por debajo de los dedos índice y anular, y golpear con fuerza contra la rodilla. A veces dolía, pero aquel sufrimiento se veía recompensado con el estallido de multitud de virutas de colores que pintaban de arco-iris el primario instinto infantil de la destrucción. Aquella tarde, el infortunio quiso que la señora de la limpieza nos pillara en plena faena.

No nos llevó al despacho del director ni a la secretaría del colegio. Acabamos en un sitio mucho peor: delante de Emilio, el portero de las tardes. Emilio era un personaje temido por todos los alumnos: nunca se reía, pero tampoco le habíamos visto decididamente enfadado, lo que hacía todo mucho más aterrador. Se limitaba a mirarte y hablarte en voz baja, como diciendo “sabes que la estás cagando y aquí la justicia soy yo”. La señora de la limpieza le contó a Emilio todo el percal, y Enrique y yo lo dimos todo por perdido.

Aquel hombre extremadamente serio, maestro en el arte de la sugestión, decidió no llamar a nuestros padres delante de nosotros. Peor aún: anotó los teléfonos de nuestras casas y dijo que ya llamaría él más adelante. Enrique y yo bien pudimos cagarnos encima. Acordamos no decir nada en casa, pero pasamos algunas semanas críticas. “¿Te han dicho algo?”, nos preguntábamos cada día en clase. Pero Emilio nunca llegó a llamar. Con el tiempo descubrí que su papel era pura pose, que era un tipo cojonudo con el que, ya de mayor, llegué a echarme unas buenas risas. Él no recordaba este episodio cuando se lo conté años después, pero según se lo iba relatando aún me parecía entrever en su mirada al implacable tribunal de la verdad. Por eso a veces, cuando suena el teléfono, no puedo evitar que me tiemblen las rodillas.


Ya taché de mi lista:
“Me colé en una fiesta en Harvard”

12 diciembre 2008

Eternamente joven


Hoy cumplirías 70 años, pero me despedí de ti con 65, un día antes de que cumplieras otro año más. Creía de verdad que despertarías al poco tiempo en aquella habitación de la UCI. Pero la víspera de Reyes marcó en el calendario la fecha en la que descubriste finalmente cómo era ese momento de la muerte sobre el que tanto habíamos elucubrado durante años.

Echo de menos aquellas conversaciones pseudofilosóficas. No tenían ningún fundamento científico, pero lo pasábamos bien. “Dios, la vida, la muerte y otras cuestiones sobre las que no tengo ni idea” hubiera sido un buen título para nuestro libro. Pero después me pediste que escribiera otro si lograbas superar aquellos dos meses de hospital en los que todo salía mal. No fue así, por lo que en lugar de ese libro hoy te dedico estos párrafos para recordarnos que tenemos algo que celebrar en este cumpleaños especial.

Que a pesar del dolor y la impotencia de las últimas semanas te recuerdo como el hombre ingenioso y divertido que conocí durante 24 años. Que recordar navidades anteriores en las que estábamos todos juntos y en las que invariablemente eras el centro de atención, no me pone triste sino todo lo contrario. Que tu sentido del humor, tus ganas de vivir y tu afición por lo bueno pesan más en mi memoria que los momentos malos. Y que, a pesar de que no fue exactamente como lo habías deseado, te has ido de este mundo sin sufrir una ancianidad que tanto te asustaba. Por eso hoy, eternamente joven con 70 años, celebro el cumpleaños de mi padre con el consuelo de saber que ya tienes respuesta a todas aquellas preguntas.

11 diciembre 2008

No soy Earl (I): en Harvard por la patilla

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Visité a una amiga en Boston hace cinco años. Ella por entonces estudiaba, así que la mitad del día la pasaba solo recorriendo la ciudad. Uno de aquellos paseos me llevó hasta la conocida Universidad de Harvard, que multiplica por diez el brillo de cualquier currículum en el que se pueda incluir este nombre. Como yo no iba a matricularme para una única tarde, decidí llevarme puesto el nombre de Harvard de alguna manera. Aprovechando el ajetreo en el campus de aquel día cometí la mala acción que hoy pretendo tachar:

– “Me colé en una fiesta en Harvard”

No sé qué carajo celebraban aquel día ni por qué de pronto me sentí tan alumno de esa universidad, pero viendo a todos aquellos estudiantes ideales en aquel campus legendario sentí la necesidad de ser uno de ellos, y conformarme con una sudadera me pareció desaprovechar una de esas oportunidades únicas. Así que me introduje en uno de los montones de gente que hacía cola para entrar a una parte del campus reservada, obviamente, a los invitados a la fiesta. En una mano llevaban la invitación; en la otra, su carné de alumno. Lo más parecido que tenía yo a cualquiera de esos dos documentos era la tarjeta sanitaria de la Comunidad de Madrid, y como no confiaba en que aquello pudiera colar comencé a estudiar el terreno.

Los invitados presentaban su carné a otros estudiantes que ejercían esa labor de forma voluntaria. Esto no lo sé por haberlo investigado, sino porque llevaban un chaleco fluorescente con la palabra “volunteer” en negrita gigante. Vamos, que no eran policías ni detectives, lo cual me animó a continuar. Aquellos chicos se distraían con facilidad, pero aún así encontré demasiado arriesgado seguir en aquella cola si de verdad quería entrar.

Una de las cosas buenas de EE.UU. es que siempre hay una puerta de atrás. En esta fiesta la había, y también la vigilaba un chico de chaleco amarillo. Pero apenas entraba gente y era cuestión de tiempo que aquel voluntario se hartara de estar allí esperando por cero centavos la hora, mientras sus compañeros de clase le daban al ponche a base de bien. Y se hartó. No sé por cuanto tiempo, pero aquella entrada se quedó provisionalmente sin vigilancia y fue ahí cuando el Señor me concedió el honorable privilegio de ser uno de los Veritas Christo et Ecclesiae. Sin comerlo ni beberlo, o más bien comiendo y bebiendo pero sin pagarlo, estaba integrado en una fiesta universitaria como las de las películas.

Por fin supe a qué sabe el ponche rojo, bebí Coca Cola de vainilla gratis, vi una proyección de Shrek al aire libre y me dejé convencer para votar tanto a favor como en contra de no sé qué reforma universitaria. Lo jodido vino cuando una chica me preguntó “¿de qué facultad eres?”, a lo que yo contesté con un estúpido y delator “…I don’t know”. Mi patética respuesta se vio sin embargo autorizada por su sonrisa cómplice. Aquella pájara supo entonces que yo no era del programa de intercambio, pero yo ya podía incluir un apartado de méritos académicos en mi currículum, garantizando que me había colado en una fiesta en Harvard.

10 diciembre 2008

Yo no me llamo Earl...

…Pero también he hecho mis putaditas. Para los que no hayan visto la serie, Earl es un tiparraco que se ha pasado la vida delinquiendo. Pero después de ganar la lotería y de perderla al ser atropellado con su billete premiado, se convence de que la culpa de su mala suerte la tiene el karma. Como dijo Sharon Stone cagándose en toda China tras el terremoto, “si eres malo te suceden cosas malas”.



Ahora que me veo con el brazo en cabestrillo, pienso en aquellas luxaciones de hombro y me pregunto si no tendrán algo que ver con mi mal karma… Por si acaso, he decidido elaborar mi propia lista con mis malas acciones del pasado. Debería enmendarlas para que me sucedan cosas buenas, pero me conformaré con confesarlas aquí. A partir de mañana compartiré esa lista con vosotros. Todo lo que veáis bajo el epígrafe "No soy Earl" será verídico y, probablemente, demasiado tarde para corregirlo.

06 diciembre 2008

Adiós al Presidente (I)


Demasiado perfecto para ser cierto. Tan cierto que costaba creer que lo hubiéramos soñado tanto. Sin John ni Bobby Kennedy, sin King ni Malcolm X, sólo nos quedaba él. Marcus O. Jackson, el primer Presidente de EE.UU. que unió al mundo entero bajo el convencimiento de que aún era posible limpiar tanta mierda junta.

Su victoria electoral fue el relato del niño que quería ser astronauta y a los pocos meses caminaba sobre la Luna. El reflejo de que aún somos mayoría los que queremos cambiar esto. La herramienta que llevábamos años buscando en el cajón para reparar ese aparato que ya dábamos por perdido. Marcus O. Jackson, aferrado a la honestidad y el compromiso, nos prometió que podría conseguirlo.

Pero el sueño duró poco. La realidad nos volvió a despertar a todos en aquella tarde de junio en la Universidad de Stanford. Jackson iba a presidir el acto de graduación de cientos de estudiantes. El servicio secreto inundaba el campus: armas, coches, perros y casi tantos agentes como alumnos. Tras una breve reunión con varios miembros de su gabinete, Jackson salió a pronunciar su discurso. Fue en el jardín de la Facultad de Medicina, preparado para acoger un momento histórico en la carrera del progreso, pero no para una ráfaga de atraso y decepción. El presidente subió al atril. Y comenzó aquel texto inacabado como comienzan los grandes discursos: “Mis queridos compatriotas”.

(continuará...)

05 diciembre 2008

Mi convalecencia - Preguntas Más Frecuentes

Hace una semana me operaron del hombro derecho, una intervención sencilla para terminar con algunos problemas de los que ya he hablado en alguna ocasión. Ahora me aplico en la recuperación, con el brazo inmovilizado entre telas, gasas y correas de velcro. Como me encanta ser el centro de atención, y más ahora que soy un enfermito, voy a responder a todo aquello que siempre quisiste saber sobre mi operación pero nunca te atreviste a preguntar (entre otras cosas, porque te importa un mojón):


· ¿Te duele?
Gracias por preguntar. No, no duele. A la gente normal sí pero a mí no, nena… No es sólo por mi atípica tolerancia al dolor, es porque considero que en este momento crucial de nuestra historia los tipos duros somos más imprescindibles que nunca. No tomo calmantes, ¿sorprendidos? Mi enfermera sí lo está…

· ¿Cómo fue la operación?
Me atravesaron con unos artilugios para recomponer mi hombro. Tres agujeros, como a Kennedy en el coche. Me privaron de presenciar el espectáculo con anestesia general, más otra local en el hombro. Juraron que despertaría dolorido, pero yo sólo recuerdo que desperté y estaba ella, mi enfermera. “No sé si es por la anestesia, pero yo estoy viendo un ángel”… Se limitó a meterme suero en la vena.

· Si no usas el brazo, ¿cómo cojones estás escribiendo esto?
No se trata de cojones, se trata de mano izquierda. Te sorprendería la habilidad que he desarrollado con ella. Pregúntale a mi enfermera. Y además adapté mi entorno a mi discapacidad temporal: ratón y teclado inalámbricos, un atril de lectura y, desde ayer, un sencillo programa que reconoce la voz y transcribe lo que digo. Sí, este post no lo estoy escribiendo, lo estoy dictando. Se llama “Dragon Naturally Speaking” y es la polla.

· ¿Y cómo vas al baño?
Sabía que me lo ibas a preguntar. Pero no voy a contestar aquí a ese tipo de cosas, igual que no voy a contestar a eso de “qué tres cosas te llevarías a una isla desierta”.

· ¿Qué tres cosas te llevaría esa una isla desierta?
De verdad, no sé para quién hablo… Pues me llevaría mis velcros, mi Dragon Speaking y a mi enfermera.

· ¿Puedo ir a verte?
No sólo puedes. Debes. En este momento crucial de la historia los tipos duros también necesitamos mimos. Mi madre lo está haciendo maravillosamente bien, pero como dice la canción de “Rambo”, ese otro héroe, “it’s a long road when you’re on your own, and it hurts as hell”. Pues eso, mimos. Y ahora en serio, gracias a todos por vuestras visitas, llamadas, mensajes, bombones, chucherías, bizcochos de chocolate, dragones y atenciones en general. No es que recomiende esto, pero con amigos así cualquier coñazo es mucho más llevadero.