12 diciembre 2007

10 diciembre 2007

La hija del Gobernador (III)

Frente a frente, pero en esta ocasión de día, a cielo descubierto y con el rol intercambiado. Ella de ladrón y él de uniforme, Teresa de la Santa Cruz y Felipe Trujillo habían cambiado el perfume de la seda y las azucenas del palacio por el olor picante de la pólvora y la madera ardiendo. Frente a frente, pirata y militar, princesa y bandido, criminal y príncipe. La confusión abrumaba al capitán, que fue incapaz de articular palabra.

-“No sólo has matado por mis sábanas, también te has mantenido con vida”, dijo Teresa dirigiéndose a su amante, vencedor en la batalla pero desarmado en el alma.
-“¿Todo esto sólo para ponerme a prueba?”, respondió él desde su asombro.
-“No te pongo a prueba. Era una batalla pendiente”
-“¿Contra tu padre o contra mí?”
-“Contra ninguno de los dos. Sólo luchaba contra mí”, aseveró Teresa mientras volvía a anudar el pañuelo rojo sobre su cabeza. “Y he vencido”

La hija del gobernador besó la mano de su oponente y caminó hacia la amura de estribor. Desplegó una barca con remos, en la que una manta y un baúl repleto de fruta fresca delataban que aquella escapatoria era premeditada. El capitán no reaccionó, consciente de que estaba asistiendo a la despedida definitiva de su amor. Teresa de la Santa Cruz y Schleswig se deslizó por una jarcia hasta la barca en la que dedicó su última mirada al capitán Trujillo, en cuyos ojos siempre vio la necesidad de tomar una decisión. Pero esa decisión no fue la que él esperaba. Ni gobernador ni soldado, la joven de sangre azul, la nariz más puntiaguda al sur de la Florida, decidió abandonar su palacio y los brazos uniformados de su amante para buscar nuevas aventuras entre asaltos, tabernas y guaridas secretas. Su barca se perdía entre el oleaje y Felipe Trujillo, el oficial más valiente de Isla Tormentosa, regresó a su fragata “Incertidumbre” para poner rumbo a las costas en las que ya sólo habitaba su pasado.

Pero aquella no fue la última batalla del capitán. Felipe Trujillo siguió defendiendo la insignia española en las azoradas aguas del Caribe y haciendo resonar su nombre hasta en el último rincón del Golfo de México. A veces como oficial de marina, a veces como corsario de la Reina. Las balas de sus cañones hacían temblar a los delincuentes. Sin embargo, su primer disparo ahora le hacía temblar a él. Felipe Trujillo, capaz de convencer a su amada de que siempre le sería sincero, rezaba a Dios para que su enemigo se percatara de la segunda bandera que ondeaba en el palo mayor. Una sábana de seda sustraída del dormitorio del Palacio del Tormento en el que un día le esperaba quien no era más que la hija del Gobernador.

Fin

08 diciembre 2007

La hija del Gobernador (II)

Amaneció Felipe Trujillo con la energía necesaria para afrontar una batalla. Sus informes indicaban que aquella mañana la flota de un pirata desconocido atacaría el puerto de Isla Tormentosa. Pero el capitán no tenía miedo. Le protegían su sable, sus tropas y el compromiso de defender aquellas costas en las que habitaban su historia, su honor y la sangre de Teresa.

Embarcó en su fragata, a la que había bautizado como "Incertidumbre". Partió algunas millas mar adentro y patrulló atento al horizonte. A lo lejos vio acercarse lo que parecía una carraca holandesa. Distinguió una bandera negra y diez o quince cañones, tal vez menos. Pitó a zafarrancho y sus barcos comenzaron a disparar.

No fue una batalla difícil. La artillería de la flota del capitán pronto destrozó el casco del invasor y dejó inservible su velaje. La "Incertidumbre" se aproximó a la malograda carraca y la tripulación abordó la eslora. Los soldados españoles acabaron con los marinos extranjeros y el capitán Trujilló saltó hasta la cubierta del enemigo. Ordenó a los supervivientes que lo llevaran ante el capitán y, desde la popa, con paso decidido, el capitán pirata se fue aproximando hacia el español. Un exótico andar dejó entrever una elegancia inusual en los piratas, a los que Trujillo conocía bien.

Su enemigo vestía un pantalón ceñido y pulseras de oro en ambos brazos. Cada vez más próximo, Trujillo se sorprendió ante la delgada silueta que tenía frente a sí, coronada por un pañuelo rojo que cubría el cabello rubio y rizado que tantas veces besó. Teresa de la Santa Cruz había desafiado al gobierno de Isla Tormentosa.

Esta historia continuará exhibiendo tópicos en una próxima tercera parte.

06 diciembre 2007

La hija del Gobernador (I)

Tenía el cabello rubio y rizado, y los ojos más azules del Caribe. Era la herencia de su madre, hija de un militar del norte de Europa que viajó a las Américas sirviendo a la corona española. Tenía también la firmeza de su padre, don Gregorio de la Santa Cruz y Ruiz de Valdezate, Gobernador de Isla Tormentosa, hijo de mercaderes europeos emigrados al Nuevo Mundo en busca de oro y plantaciones de maíz.

Teresa de la Santa Cruz y Schleswig, la nariz más puntiaguda al sur de la Florida, era la hermosa razón por la que Felipe Trujillo, oficial de marina, colgaba cada noche el uniforme para escalar la fachada del Palacio del Tormento hasta el balcón del dormitorio de la hija del Gobernador.

Ese era el otro uniforme del Capitán Trujillo, el de ladrón. Hábil y sigiloso trepador capaz de burlar una y otra vez la seguridad de la sede del Gobierno, de convencer a su amada de que siempre le sería sincero y de dar la mano a su padre en cada banquete mostrando sus respetos hacia su esposa e hija, fingiendo ser uno más de los cientos de soldados del Gobernador que suspiraban resignados por los tirabuzones de Teresa.

Aquella noche, Felipe Trujillo tardó más de lo normal en llegar al balcón. Había disfrutado de un día de permiso, una oportunidad perfecta para asaltar barcos extranjeros como corsario de la Reina. Pero aquel domingo su víctima había sido un mercante español que se resistió a sus andanadas.

- "¿Ya no respetas ni a tu bandera?", le inquirió Teresa.
- "Mi única bandera es la que te cubre en tu cama aristocrática". Ella empezaba a sonreír.
- "...Sólo es un poco de tela"
- "Mataría por ella", contestó Felipe, quitándose sus guantes negros.
- "¿Y también te mantendrías con vida?"

El Capitán Trujillo, el oficial más valiente de Isla Tormentosa, no se atrevió a responder. Apagó las velas del dormitorio y consumó una vez más su traición al Gobernador, ignorante de todo aquello, y su promesa a Teresa de entregarle cuerpo y alma cada día que concluyera sin desangrarse en el mar o en tierra firme.

Aquella noche Felipe se despidió de la hija del Gobernador besando su mano, como lo hacía cada vez que la saludaba delante de su padre... Los dos sabían que la próxima noche tal vez no volverían a verse.