Llegó Victoria antes de lo previsto. La feria en París no dio para mucho y los organizadores suspendieron el último día por falta de asistencia. La empresa aprovechó entonces para adelantar el vuelo de vuelta y ahorrarse una noche de hotel, así que Victoria llegó a casa el sábado. Después de la discusión del jueves decidió no contárselo a Gustavo para darle una sorpresa, y abrió la puerta de casa impaciente por ver la cara de alegría de su novio.
Nada más entrar, el fregadero, la nevera y la lavadora. Y a la izquierda, frente a la mesa con la foto del beso en Pisa dada la vuelta, la cama bajo unas llamativas, bordadas e imprevistas bragas violetas. Victoria dejó caer su bolso en la puerta, del que salieron multitud de folletos de la feria internacional y, sin poder cerrar la boca, entró muy despacio en casa.
Subía Gustavo las escaleras con su rollo de papel de regalo en la mano pero, al encontrar la puerta abierta y papeles desparramados por el suelo, lo blandió como un bate de béisbol. Enseguida se percató de su ridícula imagen, y no porque cayera en la cuenta de la escasa ayuda que un papel enrollado le aportaría en su defensa de la propiedad privada, sino por imaginar que alguien pudiera robar algo en aquella casa diminuta.
Reconoció el bolso de su novia y en centésimas de segundo imaginó la escena: Victoria sentada en la cama, con las bragas en la mano, ahogada en lágrimas y pidiendo explicaciones. Acertó en todo excepto en lo de las lágrimas... Su novia tenía una más que elocuente cara de cabreo.
- “¿Qué coño es esto, Gustavo?”
- “No, n… Vicky, no es… no…”, empezó a tartamudear de nuevo.
Era la segunda vez en el día que Gustavo intentaba aclarar de quién eran esas bragas. Y, de nuevo, lo hizo sin éxito.
- “Vicky, que no son… que son…”
- “No tengo palabras, Gustavo. Esto es lo último que me podía esperar. Te juro que no tengo palabras. ¿Dónde está? ¿Quién es, la tía esa nueva del trabajo? Eres un cabrón, Gustavo. Un auténtico cabronazo”
- “Que escúchame, que no son mías… o sea, que no son suyas… espera, escucha…”
- “Menudo hijo de puta. Para eso nos hemos hipotecado. Si ya lo sabía yo. Si es que soy una idiota. Menudo cabrón eres, Gustavo, esto sí que no… Te juro que no tengo palabras”
Para no tener palabras se estaba expresando bastante mejor que su novio, que sólo era capaz de tartamudear agitando las palmas de las manos con los brazos hacia delante.
- “Vicky, es… espera, déjame que te explique…”. Victoria soltó la primera lágrima.
- “No me expliques nada, Gustavo, no hay nada que explicar. Es más, te voy a decir una cosa…”. Victoria agarraba las bragas con el puño cerrado como si fueran un mapa del tesoro.
- “Cariño, que no… huélelas, cariño… el Olimpo... huélelas...”
- “¿Qué? Serás puto cerdo…”. Victoria lanzó las bragas al suelo.
El ambiente se estaba incendiando.
- “Te voy a decir una cosa, Gustavo. ¿Te acuerdas de Sergio, el de Torrejón? Bueno, pues me lo he follado este fin de semana. ¿Y sabes por qué? Porque eres un gilipollas. Y un desgraciado. Y no ha sido la única vez, ¿sabes? Se acabó, Gustavo, vete a la mierda. Vete con tu zorrita violeta y olvídame. Hay hombres mucho mejores que tú…”
Victoria cogió su bolso y cerró de un portazo. Allí se dejó su regalo y alguna que otra verdad. Gustavo recogió la prenda del suelo y se quedó mirándola. Hay bragas que enseñan más de lo que tapan, y a Gustavo esas le acababan de revelar un desagradable secreto.
(Fin)