29 febrero 2008

Año bisiesto, y con lo puesto

Hoy me han contado lo que vale un día. En España, 2.780 millones de euros. Razón suficiente para no añadir ni un puñetero festivo más al calendario laboral. Si esto fuera un powerpoint adjunto en un email diría algo así como “ahora imaginemos que la ilusión fuera una divisa y convirtamos todos esos millones en felicidad”. Pero tranquilos, me importa un pedo el producto interior bruto.

Tiene gracia esto del día extra. Así, por la puta cara. Lo que hago hoy no cuenta, y eso es un terreno fértil para las reflexiones estúpidas, que nunca son vinculantes. En los últimos minutos de este 29 de febrero le soplo a la sopa fría y me replanteo mi vida, con la seguridad que da saber que mañana será 1 de marzo y todo volverá a ser normal.

Mi estrella roja se esfumó jugando al ajedrez. O me cambió por un cantante de hiphop. Esa estrella aparece y desaparece, y entre tanto ir y venir al final ya no sé si la tengo o sólo me la imagino. Si esto fuera un email en cadena hablaríamos de lo de pedir deseos a las estrellas. Pero yo, como mucho, cuando veo una deseo que estalle en ese momento, que por lo visto es la hostia de bonito. Curiosidad científica más que afán destructivo.

Si tiráramos el día de hoy a la basura perderíamos un montón de millones. Una cantidad a multiplicar por cada día desperdiciado. En euros, ilusión o en lo que cada uno quiera convertir el día. Yo este bisiesto me he levantado con lo puesto más días de los que me hubiera gustado. Y los que me quedan. Entre vendas y nolotil amaneceré unos cuantos días, y la sensación es amarga.

Hoy le soplo a la sopa fría, con la tranquilidad de saber que quedan pocos minutos de este absurdo día. Si te vas la semana que viene a Moscú, a Kosovo o a Mongolia, si hoy te quedaste sin menú, si lo último que comiste fue un bigmac y te ha sentado mal, o si te pasaste los últimos carnavales sin salir de casa… tranquilo, mañana todo volverá a ser normal.


Pulsa play si te place.


28 febrero 2008

Ajedrez (tercetos encadenados)

Yo blancas, tú negras: moví primero.
Un botellón en la playa, de noche,
demasiada gente para un tablero.

Varias miradas y alguna va al coche...
aún no conoces a los de la escuela:
si no vas rápido eres un fantoche.

Me presento: dos besos, por si cuela.
Aceptas, así juegan los peones,
y resulta que eres de Venezuela.

En grupo manejo las situaciones,
pero pregúntales a estas chicas:
a solas tengo que echarle cojones.

Con risas y algunas frases redichas
empiezo la partida, es la guerra,
recuerda que esto va de comer fichas.
Intento imaginar qué es lo que encierra
esa cara de no haber roto un plato,
pero al final me has salido gamberra.

Te propongo escapar de aquí un rato
y no es sólo un movimiento certero,
visto el panorama es lo más sensato.

Yo blancas, tú negras: moví primero,
en mi ajedrez el jaque es a traición,
no hay rey, reina, caballo o caballero,
gané agarrándote del cinturón.


26 febrero 2008

El debate de siete colas

Creo en la política. Pero también creo en el reggaeton. Y a veces este último me emociona más, con su marcado ritmo de trompeta y taladro que hace vibrar los cristales de mi ventana desde los bafles de un Peugeot 206 tuneado, cuatro pisos más abajo. Y eso es algo que Zapatero y Rajoy consiguen muy pocas veces, al menos conmigo.
Comparto el entusiasmo del debate de esta noche, pero es el entusiasmo mediático, el que venderán mañana TVE, Cuatro y La Sexta, el que brotaba de los ojos de Campo Vidal cada vez que decía "son ustedes muy disciplinados", "lo están haciendo de maravilla" o "es un interesantísimo debate". Comparto ese entusiasmo y realmente creo que ha sido un debate apasionante en algunos aspectos. Pero hay algo triste en nuestra política, un barniz trasnochado que impide a dos políticos jóvenes (sí, Mariano, te considero joven de alma) lanzar un discurso que emocione, que haga a alguien replantearse su futuro, que invite a un español a preguntarse qué puede hacer por su país en lugar de quién va a devolverle más en la próxima renta.
Creo en la política y en su poder obrador, pero también creo en la bachata que anima las noches y agita las nalgas. Y eso es algo que Zapatero y Rajoy (Rajoy y Zapatero la próxima semana) parecen no saber hacer. No voy a hacer mi propio análisis, mañana se podrán leer los de gente mucho más preparada. Y con lo de "preparada" quiero decir que ya tenían listo lo que iban a escribir antes incluso de ver el debate. Sólo digo que, ya que los expertos aseguran que el próximo lunes será mejor, ya que comparamos la mediocridad de nuestros políticos con la destreza de los estadounidenses, espero que en el próximo encuentro veamos algo más o menos parecido a lo de abajo. Porque hoy ha faltado carne y han sobrado powerpoints, han faltado ideas y han sobrado bises, ha faltado ilusión y ha sobrado todo lo demás.




15 febrero 2008

El secreto de Victoria (III)

Llegó Victoria antes de lo previsto. La feria en París no dio para mucho y los organizadores suspendieron el último día por falta de asistencia. La empresa aprovechó entonces para adelantar el vuelo de vuelta y ahorrarse una noche de hotel, así que Victoria llegó a casa el sábado. Después de la discusión del jueves decidió no contárselo a Gustavo para darle una sorpresa, y abrió la puerta de casa impaciente por ver la cara de alegría de su novio.

Nada más entrar, el fregadero, la nevera y la lavadora. Y a la izquierda, frente a la mesa con la foto del beso en Pisa dada la vuelta, la cama bajo unas llamativas, bordadas e imprevistas bragas violetas. Victoria dejó caer su bolso en la puerta, del que salieron multitud de folletos de la feria internacional y, sin poder cerrar la boca, entró muy despacio en casa.

Subía Gustavo las escaleras con su rollo de papel de regalo en la mano pero, al encontrar la puerta abierta y papeles desparramados por el suelo, lo blandió como un bate de béisbol. Enseguida se percató de su ridícula imagen, y no porque cayera en la cuenta de la escasa ayuda que un papel enrollado le aportaría en su defensa de la propiedad privada, sino por imaginar que alguien pudiera robar algo en aquella casa diminuta.

Reconoció el bolso de su novia y en centésimas de segundo imaginó la escena: Victoria sentada en la cama, con las bragas en la mano, ahogada en lágrimas y pidiendo explicaciones. Acertó en todo excepto en lo de las lágrimas... Su novia tenía una más que elocuente cara de cabreo.

- “¿Qué coño es esto, Gustavo?”
- “No, n… Vicky, no es… no…”, empezó a tartamudear de nuevo.

Era la segunda vez en el día que Gustavo intentaba aclarar de quién eran esas bragas. Y, de nuevo, lo hizo sin éxito.

- “Vicky, que no son… que son…”
- “No tengo palabras, Gustavo. Esto es lo último que me podía esperar. Te juro que no tengo palabras. ¿Dónde está? ¿Quién es, la tía esa nueva del trabajo? Eres un cabrón, Gustavo. Un auténtico cabronazo”
- “Que escúchame, que no son mías… o sea, que no son suyas… espera, escucha…”
- “Menudo hijo de puta. Para eso nos hemos hipotecado. Si ya lo sabía yo. Si es que soy una idiota. Menudo cabrón eres, Gustavo, esto sí que no… Te juro que no tengo palabras”

Para no tener palabras se estaba expresando bastante mejor que su novio, que sólo era capaz de tartamudear agitando las palmas de las manos con los brazos hacia delante.

- “Vicky, es… espera, déjame que te explique…”. Victoria soltó la primera lágrima.
- “No me expliques nada, Gustavo, no hay nada que explicar. Es más, te voy a decir una cosa…”. Victoria agarraba las bragas con el puño cerrado como si fueran un mapa del tesoro.
- “Cariño, que no… huélelas, cariño… el Olimpo... huélelas...”
- “¿Qué? Serás puto cerdo…”. Victoria lanzó las bragas al suelo.

El ambiente se estaba incendiando.

- “Te voy a decir una cosa, Gustavo. ¿Te acuerdas de Sergio, el de Torrejón? Bueno, pues me lo he follado este fin de semana. ¿Y sabes por qué? Porque eres un gilipollas. Y un desgraciado. Y no ha sido la única vez, ¿sabes? Se acabó, Gustavo, vete a la mierda. Vete con tu zorrita violeta y olvídame. Hay hombres mucho mejores que tú…”

Victoria cogió su bolso y cerró de un portazo. Allí se dejó su regalo y alguna que otra verdad. Gustavo recogió la prenda del suelo y se quedó mirándola. Hay bragas que enseñan más de lo que tapan, y a Gustavo esas le acababan de revelar un desagradable secreto.

(Fin)


14 febrero 2008

El secreto de Victoria (II)


"¿Se lo envuelvo para regalo?”, preguntó la dependienta ante la caja de aquel parque temático de la lencería. Gustavo estaba maravillado. Modelos en fotos gigantes, dependientas de punta en rosa y purpurina sobre colores pastel por todas partes. Aquello era como una fábrica de sueños textiles en la que no sólo vendían ropa interior, sino que cada tanga, cada sujetador, se convertía en mucho más que una prenda íntima. Era un cheque de atenciones a nombre de la portadora, un visado al éxito frente al espejo, una carta de admiración escrita con algodón y poliéster que la destinataria podría leer cada vez que necesitara sentirse especial. Y aquel cliente primerizo se decidió por unas braguitas violetas que saturaron sus ya embriagados sentidos. El del tacto y el oído se fusionaban al tocar aquella tela tan suave, sonaba casi como una caricia. El del olfato se le desbordaba con el olor de ese tejido, que Gustavo imaginaba como el del monte del Olimpo. El de la vista estaba a punto de nublársele y el del gusto lo reservaba para después de pagar, cuando le diera el regalo a su novia. Estaba empezando a pensar que en realidad aquella tienda era para tíos, y aunque estaba seguro de que a su chica le encantaría, no obviaba que el regalo, en el fondo, era más bien para él.

- “¿Se lo envuelvo o no?”, insistió la dependienta al distraído Gustavo.
- “Da igual, es para mí”

Mientras se dirigía a la salida recapacitó sobre la gilipollez que acababa de decir. Se dio la vuelta para corregirse a sí mismo ante la dependienta, pero se sentía tan avergonzado –y más cuando la vio conteniendo la risa– que su amago de aclaración se quedó en un breve tartamudeo. Antes de seguir cagándola, Gustavo salió por la puerta con sus bragas en la mano. Que no eran suyas, que eran para su novia… pero eso ya sólo lo sabía él.

“Lo que se va a reír Vicky cuando se lo cuente”, iba pensando. Y cuando llegó a casa se sentó en la cama para envolver él mismo el regalo. Cayó entonces en la cuenta de que, en aquella casita sin secretos, no tenía papel para envolver. Antes de bajar de nuevo a la calle quiso asegurarse de que no necesitaba comprar también celo. Recordaba haberlo usado unos días atrás. Buscó en la “cocina”, en la terraza y hasta en el baño. Miró debajo del colchón y levantó el portátil. Caliente, caliente: el celo estaba detrás del portafotos. Hecho insólito hubiera sido que no encontrara algo en aquellos veinte metros cuadrados.

(continuará...)


13 febrero 2008

El secreto de Victoria (I)

Treinta y dos metros cuadrados menos doce de terraza, veinte habitables. Cuando Gustavo y Victoria hablaban de su nidito de amor, así, en diminutivo, era por algo. Quitando el baño, en el estudio de la parejita todo estaba a la vista. El fregadero, la nevera y la lavadora nada más entrar. Y a la izquierda, la cama frente a una pequeña mesa en la que, además de la tele, plantaban el portátil, el router y un pequeño portafotos para recordar su beso delante de la torre de Pisa.

Allí Gustavo era feliz, tomando el sol en verano y calentito con sus mantas en invierno. Y con Victoria, claro, a la que esperaría con alguna sorpresa cuando llegara el domingo de su viaje a París. Una de esas ferias internacionales que tanto le molestaban a Gustavo, pero por las que tanto peleaba Victoria en su empresa. Tres días en inglés tratando de captar clientes entre miles de ejecutivos… el plan preferido de Victoria y sus compañeros comerciales un fin de semana al mes.

Antes de aquel viaje discutieron. Y justo el día de San Valentín. Nunca se llegaban a tirar los trastos a la cabeza porque, entre otras cosas, no les cabían más trastos en casa. Y un router es demasiado trasto como para ser lanzado, excepto si el objetivo es –permítanme– algún representante de la compañía de telecomunicaciones. El caso es que a Gustavo no le gustaba pasar solo el fin de semana entre esas cuatro paredes y Victoria le recriminaba su actitud egoísta. Pero decidió cambiar y, para darle una sorpresa a su novia, fue a comprarle unas braguitas a Victoria’s Secret.

(continuará...)