22 abril 2009
Con cuarenta años
04 abril 2009
Las vigas de mi alma
Me enseñó a atarme los cordones, mis ocho apellidos y a decir “otorrinolaringología”. Me enseñó los ríos y las provincias, el abecedario y a construir naves espaciales con las piezas de Tente. Jugamos juntos al Spectrum y a las canicas. A las chapas, al futbolín, a los dardos, al billar, al póker, a los dados y al mus. A piedra, papel o tijera, al pulso chino, al ping-pong y al calientamanos. Y todo me lo enseñó él. Me enseñó también a poner la mesa, a no hacer la cama pero que parezca que está hecha, a dibujar coches en perspectiva y a silbar con y sin mover los labios. Me enseñó tantas cosas que nunca seré capaz de recordarlas todas, porque es imposible enumerar las vigas y los pilares que sustentan tu propia alma. Todo lo que él me aporta se convierte automáticamente en parte de mí. Y así crecí, compartiendo con él dormitorio, palabras y horas de vida.
Hoy es su cumpleaños y quiero regalarle estas palabras. Porque para mí no ha habido mejor regalo que el de crecer con la inmensa suerte de tener por hermano a mi hermano Ernesto. De contar con su incondicional protección en los años que compartimos colegio, de contar con un cariño que el tiempo, en lugar de debilitar, ha ido multiplicando. De disfrutar la maravillosa experiencia que supone tener un hermano mayor, al menos cuando tienes uno como el mío.
Así que cuando hoy, como cada 4 de abril, digo FELICIDADES, me estoy felicitando a mí también y a todos los que comparten mi suerte.