06 junio 2006

De noche en la Rue Romarin

Son las once menos veinte. Soy libre. Camino sobre una ciudad desconocida, soy un completo desconocido. Es el contexto ideal para saludar a un argelino desconocido que me mira desde su puesto de kebabs.
-"Bonne soir"
-"Bonne soir"
En Lavapiés probablemente no le habría saludado. Pero aquí me lo pedía el cuerpo. Sigo subiendo la Montée de Saint Sébastien. Joder con la puta cuesta. El hotel está arriba. Sé que cuando suba no volveré a bajar, así que pienso en qué podría necesitar antes de llegar a la habitación, momento en el que desestimaré cualquier sugerencia de mi subconsciente distinta a ver videos musicales en la cama o el canal femenino Paris Première. Cualquier cosa que suponga tener que volver a subir esta cuesta. "Quizá algo de cena o leche para desayunar mañana". Hace un par de horas trataba de buscar las claves de la crisis nuclear iraní y ahora pienso en si comprar leche o dejarlo para otro día. Son las once menos diez y sigo siendo libre.

Tengo hambre. Así que vuelvo atrás para ver qué ofrece el argelino en su puesto de comida turca. "Bonne soir", le digo. "Bonne soir". Cuarta vez en diez minutos. "Falafel, s'il vous plaît". El local huele bien, huele a la calle Bravo Murillo a la altura del 153.
-"¿De dónde eres?", me pregunta. Está claro que mi pronunciación es mala de sobra como para evidenciar con sólo dos frases que soy extranjero.
-"De España".
-"Ah, España... Fiesta-fiesta".
La fiesta y España. Binomio que acompaña allá por donde vayas. Es una buena presentación, permite empezar conversaciones con sonrisas. Peor lo deben de tener los de Vietnam, por ejemplo. Ahí lamento no conocer un tópico sobre Argelia. Un tópico simpático, quiero decir. ¿Le hablo del raï? Mejor le pido unas patatas fritas, que tienen buena pinta.

Abandono el local con mi bocado turco en la mano. El tío me ha metido las patatas fritas dentro, como si fueran lechuga o mayonesa. Así me las comeré. Pienso que debería aprovechar estos días para cuidar más mi alimentación, pero en mi mano llevo una bomba de lípidos. No es uranio enriquecido, pero también me preocupa. Paso frente a la puerta del "Le Trou". No hay cartel luminoso, no hay rótulo que valga, no hay nada de nada. Un local cerrado con llave al que hay que acceder llamando al timbre. "Le Trou. Hot Cruising Club". Más explícito que un neón intermitente. "Le trou", "el agujero", un garito abierto desde las dos de la tarde hasta las ocho de la mañana al que sé que no entraré. La cuesta continúa. Son las once y cuarto y sigo siendo libre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

...este blog es genial , pequeño...sigue así pájaro