13 marzo 2008

La herida abierta

Darko removía el azúcar de su café con la cucharilla. "¿En euros o en dinares?", le preguntó el camarero, preparando ya la cuenta. "Dinares, por favor", respondió él, mientras sacaba el móvil de su bolsillo. Comenzó a escribir un mensaje que viajaría a tan sólo unos metros del Caffe Dolce Vita, frente al puente de Mitroviça.

Al otro lado del puente, Salomé, su reina mora, tomaba una infusión de regaliz en una tetería. Él, serbio. Ella, albanesa. Entre ambos, el río Ibar separando las dos mitades de una misma ciudad en un mismo Kosovo. Para él, una provincia de su Serbia natal. Para ella, un nuevo país en el que comenzar un futuro que diluyera el dolor sufrido por sus padres y abuelos.

Salomé pagaba el euro y medio de su té cuando le llegó un mensaje al móvil. Era de Darko, desde el otro lado del mundo, a menos de doscientos metros. Fue su proclamación de independencia, antes incluso de firmar la paz, antes incluso de declararse ninguna guerra. Cerraron así las heridas que aún no se habían infligido: "para que nada nos separe, que nada nos una". Y allí terminó su historia.


La realidad de esta ficción en Kosovo: la herida abierta.





2 comentarios:

Anónimo dijo...

Triste pero hermoso el fragmento... lo que hacen las guerras... lo que destrozan dentro y fuera. Besos.

Senza fine dijo...

Podría ser un historia inventada desde aquí, sin haber pisado uno y otro lado de la herida abierta; pero impresiona más saber que quizás, sólo quizás, fuese una de tantas historias que viste de cerca. Tan cerca como para leer un sms con valor de cicatriz...