Llevaba sólo cuatro días en la presidencia y la prensa seguía publicando mierda sobre mí. Que si racista, que si mujeriego, que si soy un ex adicto a la marihuana con pretensiones de enriquecer a mis amigos… Como si todos esos cabrones nunca se hubieran fumado un porro o no hubieran intentado alguna vez ayudar a sus colegas. Pero la democracia es lo que tiene: tú ganas y te alegras… y ellos pierden y se joden.
Decía que llevaba sólo cuatro días y aún no se me había ocurrido algo grande. Algo por lo que alguno ya se planteara incluir mi cara en el monte Rushmore. Recuerdo que en la primera noche de Bush Junior las Fuerzas Armadas bombardearon discretamente Bagdad. Un regalo del hijo al padre, sin duda; un saludo cariñoso desde el sillón presidencial de George a Sadam y un bonito preludio del marrón que me ha tocado arreglar. Pero yo no me iba a andar con tonterías, que diez mil cabezas nucleares son un montón y una más o una menos tampoco lo iba a notar nadie… No, es broma.
A lo que iba. Era el presidente número 44 de este bendito país y algo tendría que hacer para destacar entre mis predecesores. El pelele de Bush se fue con más pena que gloria, Clinton se llevó una mancha en el expediente y del otro Bush ni siquiera recuerdo su cara. Yo debía convertirme en un nuevo Reagan, un hijo de Wilson, el George Washington del siglo XXI. Pasar a la historia en primera fila, demostrar al mundo que yo, Zacharias Y. Xayes, encarnaba los ideales que representan a esta gran nación. Unos ideales que todo el mundo cree conocer pero que nadie se atreve a describir.
Me jode ver a los fracasados triunfar. A ese gordo de Al Gore, el hombre de los 327 votos menos, le van mejor las cosas que al infeliz de George, que se pasó aquí ocho años despertándose con taquicardias. Gore ahora tiene el Nobel de la Paz y, lo que es más fuerte, dos putos Oscars. Le ha ido mejor en Hollywood que en Washington y encima ahora le quieren en todo el mundo. Al infeliz de Texas, en cambio, ya no le quiere ni su perro Barney, y eso que el bueno de George intentó salvar al mundo del terrorismo. El Gore fue más listo y en vez de salvar al mundo decidió erigirse en salvador también de las generaciones venideras, y con toda la mierda esa del cambio climático al final le van a poner las alitas de Supermán.
- Catherine, dime una cosa… ¿Supermán tiene alas?
- No, señor Presidente. Lleva una capa, aunque no está muy claro que la necesite para volar…
- Gracias Cathy.
Mientras se me ocurría algo digno con lo que pasar a la posteridad, no podía dejar mirar a las tetas de Cathy. “Cada vez las becarias vienen con mayor formación”, le dije al cerdo de Franklin Dean, mi Jefe del Estado Mayor Conjunto. Nos reímos un rato, nos fumamos un puro y nos pusimos a hablar de la liga. Ya encontraría mi obra maestra con la que marcar mi nombre a fuego en los anales de la historia.
1 comentario:
La ilustracion de la tercera parte deberia tener algo que ver con Cathy y sobre todo con sus tetas.
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