15 septiembre 2007

El momento más feliz de mi vida (II)

Regresé a Madrid y traté de retomar mi vida. Busqué refugio en el trabajo, al fin y al cabo allí pasaba la mayor parte de las horas del día. Mientras estaba ocupado todo iba bien: mi cabeza se concentraba en aquellas noticias de sociedad y mis pensamientos dormían, que de eso se trata (no me pagan por pensar, como esgrime un futuro bloguero…). Pero las horas muertas son las que matan, y en aquellos momentos además lo hacían muy lentamente. Ni siquiera escondiéndome en el baño lograba disimular que estaba hecho polvo, que mi alegría y mi corazón los había perdido en algún lugar a diez mil kilómetros y en diagonal hacia el suroeste. Encontré complicidad en algunas de mis compañeras, que trataban de animarme con consuelos cargados de verdad pero carentes de puntería. Sabía que todo lo que me decían era cierto, pero los manuales de instrucciones no sirven cuando están mojados.

Un día, de camino a casa con una de ellas, comenté de pasada la inconveniente idea de volver a Buenos Aires. Un plan caro, desordenado y por el que el sentido común nunca apostaría. Pocas cosas me dan tanta pereza como dar explicaciones, y ni mi jefe ni mi familia lo encajarían a la primera. Además, pensaba que tampoco serviría de mucho retrasar la desolación sólo por unos días de felicidad… Y justo ahí estaba la clave. Ahora no recuerdo qué fue exactamente lo que me dijo mi compañera en su coche, pero los dos lo vimos claro: ¿cómo podía ser tan idiota? Esa misma tarde le pregunté a mi padre si aún tenía derecho a sus billetes de avión gratuitos.

–“No, ya los has gastado todos… ¿Por qué?”

–“No, por nada… que me voy otra vez a Buenos Aires”

Lo primero que me preguntó fue el precio. “…Pues sí que tienes que estar enamorado”, me contestó, declarando así que estaba comprendiendo perfectamente una historia de la que apenas le había dado detalles. Negocié en la empresa mis vacaciones: trabajaría en Navidad, año nuevo y Reyes, consumiría todas mis horas y días libres… Haría lo que hiciera falta. “Pero… ¿tan buena está?”, me preguntó mi jefe. Y los chistes de los cámaras mejor ni recordarlos.

El caso es que, días después, me encontraba de nuevo en el aeropuerto de Ezeiza. Allí había saboreado hacía mes y medio uno de los momentos más amargos de mi vida, sin saber que en aquel mismo escenario estaba a punto de vivir el que, hasta ahora, ha sido seguramente el más feliz de todos. Apareciste al fondo de la sala, esta vez sin compañía, protagonizando la escena cinematográfica más hermosa que ha dirigido la sinceridad. Tu sonrisa destacando entre tu piel morena, con esa camiseta de tirantes blanca y unos pantalones negros que se ajustaban a algo más que a mis sueños, compusieron el primer plano de una secuencia cuyo guión consistía solamente en un beso. Un beso observado por todos los extras sonrientes de aquella sala otrora maldita; un beso que me hizo abandonar la primera maleta solitaria que, por respeto a la solemnidad de aquella escena, no ha sido robada en la historia de Buenos Aires; un beso acompañado por la banda sonora de aquel mendigo que comenzó a entonar la letra de un sarcástico tango mientras nos miraba desde su silla, en uno de los mejores papeles secundarios que se recuerdan en el cono sur; un beso que comenzó en la sala de la escena final de la primera parte y que dio inicio a la segunda; un beso que siguió en el taxi desde el que esta vez no me enseñaste el Congreso ni el Obelisco, y que acabó entre la encimera de la cocina y el dormitorio en el que ya podía imaginar que el momento más feliz de mi vida no se iba a repetir.

4 comentarios:

perla dijo...

Pocas, muy pocas por no decir ninguna, he leído algo tan bonito.

Ariadna dijo...

Hola,
Jo, me dejas sin palabras y sinti�ndome un poco avergonzada. Me da apuro leer algo tan �ntimo y tan hermoso...

Espero que hayan muchos momentos m�s as� en tu vida
Un abrazo

Anónimo dijo...

Joder colega, como dice perla, hay poquisimo que decir al respecto de algo tan sentido...

Pero me han entrado unas ganas descomunales de llevarte de borrachera y de irnos a tirar piedras contra algo, y de amanecer en un banco lamentado mas los moratones de los brazos que el pasado...

Si algun dia puede darse esa situacion, PAGO YO.

Aire Fresquito dijo...

Tienes que volver a Buenos Aires... a buscar lo que dejaste...
Consejo de tía.

Una historia preciosa, gracias por compartirla.