11 septiembre 2007

El momento más feliz de mi vida (I)

“Mañana lloraré mucho, ¿lo sabes?”. Aquello no podía sorprenderte, si alguien me ha visto llorar has sido tú. Pero prefería advertírtelo, por si acaso. Es lo que tienen las últimas horas: generan frases estúpidas. La de páginas absurdas que se podrían escribir con las últimas voluntades de los condenados. Lo que yo no sabía hasta aquella noche era que el corredor de la muerte puede encontrarse entre unas suaves sábanas con olor a jazmín. Mi sentencia se hacía efectiva a las 14:10 del día siguiente, con dos horas de antelación recomendadas para facturar.

Efectivamente, al día siguiente lloré, aunque no tanto como los posteriores. Me preocupó quedarme sin pañuelos y pasarme el viaje moqueando, así que fuiste corriendo a la farmacia a comprarme un paquete mientras yo metía las maletas en el taxi (¿ves como sí me has hecho favores?). Llegaste con un paquete de kleenex… de marca Kleenex.

-“Te compré carilinas”

-“¿Carilinas?”

-“Sí, es una marca de pañuelos… acá todos se llaman carilinas, da igual la marca”

Era la primera vez en mi vida que veía un paquete de kleenex auténticos, diez, todos empaquetaditos y doblados como kleenex, y con el logotipo de “Kleenex” en el plástico… pero se llamaban carilinas. ¿Una señal? No, simplemente otra reflexión estúpida generada por la proximidad de un final. Pero en aquel momento el asunto de los kleenex me pareció fascinante.

De viaje al aeropuerto gasté un par de ellos. En el avión cayeron varios más. Llegué a Madrid con cuatro o cinco, de los que di cuenta en los días siguientes hasta dejar sólo uno. Aquel pañuelo solitario al que destiné a desaparecer en circunstancias especiales. No era un pañuelo normal (joder, un Kleenex auténtico…), era el pañuelo que reflejaba toda la tristeza de aquellas horas de vacío.

Abandoné Buenos Aires con el corazón sangrando. Aquel avión, aquel cielo sobre el Atlántico y aquel continente en el que nací y al que inevitablemente regresaba perdieron todo su interés. En aquel momento sólo respiraba dolor. Como si una áspera nube de aguarrás hubiera borrado de mi alma las ganas de seguir adelante. Sin ilusiones, sin esperanza. Aquel 12 de octubre, el único Día de la Hispanidad en el que entendí por qué Colón volvió dos veces, no tenía ni idea de que el momento más feliz de mi vida aún estaba por llegar.

5 comentarios:

AccentLess dijo...

Jo tio... que grande...

Si yo fuera ella, ahora si que lloraria, y a la vez me sentiria la persona mas especial del mundo.

Mucha intriga en mi persona... estoy espectante por ese (II)

Clark Kent dijo...

The Greatest.

Anónimo dijo...

a veces, sólo a veces, uno mira las letras pero no lee. Y sin embargo sabe. Y eso, amigo mío, es acercarte. Acercarte a algo que no tengo muy claro qué es, pero que, sin duda, es lo que andamos buscando...

tx

Anónimo dijo...

Tu amigo "accentless" tiene razón, me hiciste llorar, y sentirme la persona mas especial del mundo...

Homoseptensis dijo...

Nunca imaginé que me escribirías algo tan bonito... Pero... es Australia donde me he ido... tb. empieza por A, pero está más lejos... y te echo de menos. Da señales de vida amigo...