¿De qué va esto? Lee la entrada “ Yo no me llamo Earl ”
Los viernes por la tarde, después de las clases, me quedaba en el colegio para asistir a unas reuniones de grupos cristianos. No era exactamente una catequesis, pero sí nos instruían en los valores que sirven para hacer de este un mundo mejor. Valores que, acabada la reunión, eran radicalmente invertidos para ejercer el mal a la edad de doce años. Por aquel entonces yo contaba con la amistad de un cómplice, Enrique, con el que me solía colar en las clases ya vacías para jugar a “Godzilla anda suelto”. Juro que nunca pretendíamos romper nada, pero en una ocasión se nos fue de las manos y acabamos abriendo un estuche.
– “Me cargué todos los Plastidecor de un desconocido”
Presumía la publicidad de estos lapiceros de plástico de la nula toxicidad del producto. Pero aquellos Plastidecor eran más peligrosos y a la vez más divertidos que un festival de petardos. Bastaba con colocar uno por encima del dedo corazón y por debajo de los dedos índice y anular, y golpear con fuerza contra la rodilla. A veces dolía, pero aquel sufrimiento se veía recompensado con el estallido de multitud de virutas de colores que pintaban de arco-iris el primario instinto infantil de la destrucción. Aquella tarde, el infortunio quiso que la señora de la limpieza nos pillara en plena faena.
No nos llevó al despacho del director ni a la secretaría del colegio. Acabamos en un sitio mucho peor: delante de Emilio, el portero de las tardes. Emilio era un personaje temido por todos los alumnos: nunca se reía, pero tampoco le habíamos visto decididamente enfadado, lo que hacía todo mucho más aterrador. Se limitaba a mirarte y hablarte en voz baja, como diciendo “sabes que la estás cagando y aquí la justicia soy yo”. La señora de la limpieza le contó a Emilio todo el percal, y Enrique y yo lo dimos todo por perdido.
Aquel hombre extremadamente serio, maestro en el arte de la sugestión, decidió no llamar a nuestros padres delante de nosotros. Peor aún: anotó los teléfonos de nuestras casas y dijo que ya llamaría él más adelante. Enrique y yo bien pudimos cagarnos encima. Acordamos no decir nada en casa, pero pasamos algunas semanas críticas. “¿Te han dicho algo?”, nos preguntábamos cada día en clase. Pero Emilio nunca llegó a llamar. Con el tiempo descubrí que su papel era pura pose, que era un tipo cojonudo con el que, ya de mayor, llegué a echarme unas buenas risas. Él no recordaba este episodio cuando se lo conté años después, pero según se lo iba relatando aún me parecía entrever en su mirada al implacable tribunal de la verdad. Por eso a veces, cuando suena el teléfono, no puedo evitar que me tiemblen las rodillas.
Ya taché de mi lista:
– “Me colé en una fiesta en Harvard”
– “Me cargué todos los Plastidecor de un desconocido”
Presumía la publicidad de estos lapiceros de plástico de la nula toxicidad del producto. Pero aquellos Plastidecor eran más peligrosos y a la vez más divertidos que un festival de petardos. Bastaba con colocar uno por encima del dedo corazón y por debajo de los dedos índice y anular, y golpear con fuerza contra la rodilla. A veces dolía, pero aquel sufrimiento se veía recompensado con el estallido de multitud de virutas de colores que pintaban de arco-iris el primario instinto infantil de la destrucción. Aquella tarde, el infortunio quiso que la señora de la limpieza nos pillara en plena faena.
No nos llevó al despacho del director ni a la secretaría del colegio. Acabamos en un sitio mucho peor: delante de Emilio, el portero de las tardes. Emilio era un personaje temido por todos los alumnos: nunca se reía, pero tampoco le habíamos visto decididamente enfadado, lo que hacía todo mucho más aterrador. Se limitaba a mirarte y hablarte en voz baja, como diciendo “sabes que la estás cagando y aquí la justicia soy yo”. La señora de la limpieza le contó a Emilio todo el percal, y Enrique y yo lo dimos todo por perdido.
Aquel hombre extremadamente serio, maestro en el arte de la sugestión, decidió no llamar a nuestros padres delante de nosotros. Peor aún: anotó los teléfonos de nuestras casas y dijo que ya llamaría él más adelante. Enrique y yo bien pudimos cagarnos encima. Acordamos no decir nada en casa, pero pasamos algunas semanas críticas. “¿Te han dicho algo?”, nos preguntábamos cada día en clase. Pero Emilio nunca llegó a llamar. Con el tiempo descubrí que su papel era pura pose, que era un tipo cojonudo con el que, ya de mayor, llegué a echarme unas buenas risas. Él no recordaba este episodio cuando se lo conté años después, pero según se lo iba relatando aún me parecía entrever en su mirada al implacable tribunal de la verdad. Por eso a veces, cuando suena el teléfono, no puedo evitar que me tiemblen las rodillas.
Ya taché de mi lista:
– “Me colé en una fiesta en Harvard”
7 comentarios:
Joder, esa sensación terrible de cuando sonaba el teléfono o cuando tu madre/padre te llamaba con tono grave por tu nombre completo... Me has provocado hasta a mí el nudo en el estómago :)
Madre mía, en mi caso era una secretaria, que te miraba por encima de las gafas y daba un miedo...
Besicos
Niño... lo de los plastidecores es muy tentador... yo me dedicaba a sacarles punta hasta no dejar más que un centímetro (no podía sacar más jugo de él), y llenar el estuche de los demás con esas virutas que se quedan pegadas a todos sitios...
No soy Earl, tampoco... pero el hombre tiene su gracia...
Besos nazaríes...
Ojalá ahora los niños fueran la mitad de respetuosos y se cagaran encima cada vez que el profesor les riñe... en vez de reírse en su cara, pero por ahora es lo que hay!
Gracias por tu visita y espero verte pronto!
Bonito blog, ire visitándolo ;)
Muakssssssssssss!!!!!
En mi colegio el portero se llamaba Eliseo y era un santo varón.. La malvada era la de protería, una tal Paquita que llevaba una mulete y te chistaba por el pasillo si te veía llegar tarde intentando esconderte...
Cada vez que pienso en ella tengo pesadilla: "AGUILERAAAAAAAAA!!! ven aquí!"
Yo hice algo peor que lo de los plastideco, don´t worry
los plastidecor... k recuerdos...
todos nos moriamos por tener uno de color carne...
me acuerdo k muchos teniamos la caja de 12... y alli k llegaba el listo de turno con la de 24... para darnos en los morros...
jajajaj
k listo el portero de tu cole... supo como poneros en vuestros itio sin hacer nada... jejejej
lo k puede hacer el miedo psicologico...
ALFONSO, TE AMO Y ERES GRANDE!
GRANDE TU Y LOS GRUPOS CRISTIANOS ESOS! jajaja
Yo que aún charlo cada tarde con Emilio he gozado infinitamente con esta descripción!
ESCRIBE ESE LIBRO YA!
Elena San Martín!
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