¿De qué va esto? Lee la entrada " Yo no me llamo Earl "
Visité a una amiga en Boston hace cinco años. Ella por entonces estudiaba, así que la mitad del día la pasaba solo recorriendo la ciudad. Uno de aquellos paseos me llevó hasta la conocida Universidad de Harvard, que multiplica por diez el brillo de cualquier currículum en el que se pueda incluir este nombre. Como yo no iba a matricularme para una única tarde, decidí llevarme puesto el nombre de Harvard de alguna manera. Aprovechando el ajetreo en el campus de aquel día cometí la mala acción que hoy pretendo tachar:
– “Me colé en una fiesta en Harvard”
No sé qué carajo celebraban aquel día ni por qué de pronto me sentí tan alumno de esa universidad, pero viendo a todos aquellos estudiantes ideales en aquel campus legendario sentí la necesidad de ser uno de ellos, y conformarme con una sudadera me pareció desaprovechar una de esas oportunidades únicas. Así que me introduje en uno de los montones de gente que hacía cola para entrar a una parte del campus reservada, obviamente, a los invitados a la fiesta. En una mano llevaban la invitación; en la otra, su carné de alumno. Lo más parecido que tenía yo a cualquiera de esos dos documentos era la tarjeta sanitaria de la Comunidad de Madrid, y como no confiaba en que aquello pudiera colar comencé a estudiar el terreno.
Los invitados presentaban su carné a otros estudiantes que ejercían esa labor de forma voluntaria. Esto no lo sé por haberlo investigado, sino porque llevaban un chaleco fluorescente con la palabra “volunteer” en negrita gigante. Vamos, que no eran policías ni detectives, lo cual me animó a continuar. Aquellos chicos se distraían con facilidad, pero aún así encontré demasiado arriesgado seguir en aquella cola si de verdad quería entrar.
Una de las cosas buenas de EE.UU. es que siempre hay una puerta de atrás. En esta fiesta la había, y también la vigilaba un chico de chaleco amarillo. Pero apenas entraba gente y era cuestión de tiempo que aquel voluntario se hartara de estar allí esperando por cero centavos la hora, mientras sus compañeros de clase le daban al ponche a base de bien. Y se hartó. No sé por cuanto tiempo, pero aquella entrada se quedó provisionalmente sin vigilancia y fue ahí cuando el Señor me concedió el honorable privilegio de ser uno de los Veritas Christo et Ecclesiae. Sin comerlo ni beberlo, o más bien comiendo y bebiendo pero sin pagarlo, estaba integrado en una fiesta universitaria como las de las películas.
Por fin supe a qué sabe el ponche rojo, bebí Coca Cola de vainilla gratis, vi una proyección de Shrek al aire libre y me dejé convencer para votar tanto a favor como en contra de no sé qué reforma universitaria. Lo jodido vino cuando una chica me preguntó “¿de qué facultad eres?”, a lo que yo contesté con un estúpido y delator “…I don’t know”. Mi patética respuesta se vio sin embargo autorizada por su sonrisa cómplice. Aquella pájara supo entonces que yo no era del programa de intercambio, pero yo ya podía incluir un apartado de méritos académicos en mi currículum, garantizando que me había colado en una fiesta en Harvard.
4 comentarios:
pues vaya portero k estaba hecho el chaval... k a la minima de cambio va y se larga dejando la entrada libre...
coca cola de vainilla?????
no sabia ni k existia...
lo k pasa k no debia ser muy divertido cuando no conoces a nadie...
y nocilla de fresa tomaste?
Yo me colé con un amigo en una boda, en el cocktail... un par de copas de champán y ya nos pillaron, cachis...
A ver si voy a tener que hacer la lista yo también :S
Besicos
Cabrito.. y qué nos quieres convencer... de que eso es una mala acción?! ESo es el sueño dorado adolescente de miles de personas (bueno el mío de cuando era cría tb pero ahora me sentiría fuera de lugar) Así que ya te vale.. eres muy grande Alf... seguro que la siguiente enmenda de No me llamo Earl será: me acosté con Paris Hilton.. oh que horror...
Y yo sigo aquí.. en este infierno invernal, que mal repartido está el mundo por dios!
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