14 mayo 2013

Confianza en los mercados

Venancio solía ceder el turno a las señoras en la frutería. A veces hasta se atrevía a recomendarles esta o aquella variedad de mandarinas, "mejor que estas de aquí, que son más normales, ¿sabe?". Un chistecito entre clienta y clienta, una moneda de dos céntimos "para que no hurgue más en el monedero, mujer" y Venancio tenía la excusa perfecta para intentar su estrategia favorita: acompañar a alguna vecina hasta su casa con las bolsas en la mano para ver si le invitaba a tomarse el aperitivo.

"¿Vermut?", preguntó doña Hilaria en su salón el martes en que Venancio triunfó en la cola de la pescadería. "No, Hilaria, que me ha dicho el médico que no beba más". "Ah, ¿pero es que bebe mucho usted?". Tutéame, sólo unos chatos con la cuadrilla, estás muy elegante en esa foto con tu nieta y ¡pum! Venancio lo consiguió: aquella educada vecina le estaba abriendo una lata de aceitunas rellenas.

"Me gustan las aceitunas de anchoa", agradecía él desde la mesa camilla. "¡Y a mi marido!", respondió Hilaria desde la cocina mientras vaciaba en el fregadero "el agüilla esta que no sé para qué se la echan". Venancio se sacó el pañuelo. "¿No es usted viuda?"

– "¿Y por qué me hablas de usted?"
–"No sé, mujer, me he puesto nervioso"
–"No seas tonto, soy la mujer de Íñigo, el pescadero" –Venancio no sabía dónde meterse.
–"¿Y no se va a enfadar? Me ha visto salir acompañado de usted"
–"No, hombre, si me ha dicho que eres de confianza"
–"¿Eso te ha dicho? ¿Y qué sabrá él?"

Los dos tortolitos pasaron más de una hora riendo y charlando. Hilaria aprovechó que Venancio era un hombre fornido para pedirle que arreglara un grifo que goteaba, una ventana que se atascaba y esa persiana que no terminaba de bajar del todo. "Y ya que eres más bien alto, pásame este trapo por encima del mueble, que yo no llego". Venancio cumplió con caballerosidad, confiando en que sus favores a Hilaria evitarían cualquier posible afrenta si su amigo pescadero llegaba a molestarse por la visita.

Después de cambiar las pilas al transistor, calzar la temblorosa lavadora y devolver la corriente a un moribundo enchufe, Venancio agarró su chaqueta y se despidió de Hilaria con un beso en la mejilla y la promesa de volver a verla en la pescadería. Al día siguiente, de nuevo en el mercado, saludó a su amigo Íñigo.

–"Muy amable tu mujer", le dijo.
–"¿Qué mujer? ¿Te has vuelto loco, Venancio? Si llevo soltero toda la vida"

Y así es, queridos amigos, como se explica un "préstamo en condiciones muy favorables al Fondo de Rescate Bancario Español". 

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