03 mayo 2009

Siempre se mueren las plantas

Azucena estaba a punto de rendirse. Siempre se le morían las plantas, por más que ponía todo su empeño en sacarlas adelante. Probó con geranios, petunias y troncos de Brasil, pero nunca consiguió que superaran el invierno. Sus amigos no comprendían cómo una chica tan dulce y sensible como ella era incapaz de hacer prosperar el más mínimo brote. Por eso un día, conscientes de sus dificultades con la fitología, le regalaron un cactus. Y no le duró ni dos meses.

Antes de darse por vencida acudió a su amigo Jacinto, un antiguo compañero de colegio al que le encantaban las plantas. Se conocieron en el jardín de infancia y ya desde entonces intentaba llevársela al huerto. Pero ella siempre le dio calabazas e incluso años después, en el baile de fin de curso, le dejó plantado. Todo siempre muy botánico. Un día Jacinto decidió no echar raíces y se despidió para siempre de Azucena. Sus padres, Narciso y Margarita, le habían aconsejado que nunca se fiara de una mujer a la que no le gustaran las plantas. Y Azucena resultaba ser un auténtico desastre.

Pero aquel día ella le llamó y Jacinto decidió ayudarla. Estudió durante días los hábitos de Azucena y las condiciones de luz y humedad en las que se desenvolvía. Se aseguró de que la temperatura fuera la adecuada, que la mineralización del agua fuera la correcta y que nada perturbara el entorno idóneo para cultivar sus plantas. Entonces sembró algunas semillas. Azucena las cuidaba bajo la supervisión de Jacinto, al tiempo que él recordaba por qué aquella chica le gustó siempre tanto. Comprobó que ella regaba con cuidado, vigilaba la incidencia del sol e incluso llegaba a hablar cariñosamente a aquellos tallos que comenzaban a brotar. Hasta que se morían.

Jacinto contemplaba atónito aquella marchita realidad y trató de hallar la explicación a tan funesto fenómeno. Empleó toda su capacidad de comunicación con el mundo vegetal. Analizó la tierra, el agua, la savia y el humus. Rescató sus conocimientos sobre clorofila y polinización. Y volvió a mirar a Azucena. Entonces lo comprendió. Como por arte de fotosíntesis se le reveló la verdad: sus plantas morían de pena. De pena al no poder abandonar sus macetas para abrazar a Azucena y acompañarla hasta el fin de la vida. De pena por no poder contemplar aquellos hermosos ojos que sólo deseaban verlas crecer. De pena al asumir que jamás la podrían besar, amar ni agradecer tanto cariño porque, a pesar de la intención, en la implacable diversidad de los seres vivos, unas y otra pertenecían a reinos distintos.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Joo, Que bonitoooo!!
A mi, el aliento de una rosa, me ha cubierto el alma de enredadera magica.
Un beso tron.

Belén dijo...

Pues mal lo tienen las plantas, y Jacinto, que de repente he pensado que él también se muere de pena...

Besicos

Carina dijo...

Nunca analizamos los motivos reales de todo y porque sucede, pero como en la vida real, tan malo es dar poco como demasiado, el amor o se seca o se ahoga, que hacer entonces??? buscar plantas que soporten mucha agua, claro....
muy bonito el mensaje, besos

Gouglina dijo...

me ha encantado la historia...
pensaba k nos ibas a dejar con la miel en los labios y contarnos el pk se morian en otra actualizacion... menos mal k no ha sido asi... jejejeje

Miriam Márquez dijo...

Beautiful! Ya entiendo por qué ha florecido mi orquídea, de alivio por no tener que casarse conmigo!
A mi pequeña alegría de las tardes y estupendo contador de historias....

Laura M Fdez. dijo...

Cuando llegué a Bristol curiosamente lo primero que hice fue comprarme una plantita que echaba constantemente flores rojas con toques amarillos muy Spanish, con la idea de tener/os a mi gente presente, creo que en ese caso conectamos tan bien que sólo me dio alegrías y una flor tras otra en mi estancia allí. Es aún más curioso que fuese muriendo a medida que planeaba mi vuelta a Madrid, igual según tu relato, sabía que no podría venir conmigo o tal vez en el jaleo de los últimos días simplemente la dejé morir, una penita pero ha sido bonito recordar.

Un beso fuerte :)

Ariadna dijo...

Que relato tan bonito!!! A mi siempre se me morían las plantas hasta que descubri al aguerrido poto. Sospecho que noe ra por el mismo motivo

un abrazo

Carina dijo...

He dejado algo en mi blog para ti. Pasate, besos

Anónimo dijo...

SOy fan de tu blog y normalmente amo tus historias...
Pero esta vez te has pasao, eh? jajaja No conviene abusar del tema de la defunción por amor... y menos en el reino vegetal!!!
Elena San Martin