Lucía le tenía pánico al avión. No fueron pocos los que intentaron convencerla para que lo superase. “Yo he volado mil veces y aquí estoy”, “nunca pasa nada” o “pero si es el medio de transporte más seguro” eran algunas de las frases más repetidas por todos aquellos bienintencionados amigos que trataban de animarla. Pero ninguno parecía hacer o más mínimo por comprenderla. ¡Lo de Lucía era miedo auténtico! Un espanto irracional e incontrolable hacia ese fenómeno extraño de mantener los pies separados de la tierra. Podía comprender los principios físicos que sostienen a las máquinas en el aire, podía admirar la tecnología que lo hace posible y podía incluso confiar en la destreza de los pilotos que dominan ambas cosas. Pero volar no iba con ella. No, no y no. Y, consciente de todo a lo que renunciaba, no tuvo más remedio que aceptarlo como era.
Pero lo más doloroso del asunto no es que se viera incapaz de tomar un avión, sino que el alma de Lucía venía ya diseñada con una especie de alas que le resultaba muy difícil desplegar. Su pasión por conocer, sus ansias de descubrir y su ambición por vivir un mundo en el que nada le resultaba indiferente, convertían su fobia en una gruesa cadena que rodeaba sus siempre nonatos planes. Asumía que nunca podría visitar determinados lugares, cumplir determinadas tareas profesionales o reencontrarse tan a menudo como le gustaría con su querido Miguel. Pero así eran las cosas.
Hasta que un día voló. Y su miedo, sencillamente, desapareció. Como desaparece el paisaje por debajo de las nubes cuando el avión se eleva, o como desaparecen las maletas que nunca llegan a la cinta transportadora. Aquel primer trayecto entre Madrid y Vigo le permitió, además de sobrevivir, disfrutar de una experiencia inolvidable y, afortunadamente, repetible. Estrenó tarjeta de embarque con algo más que un número de asiento bajo su nombre y sus apellidos. Impreso con la tinta invisible del orgullo, en aquel billete figuraba también el triunfo de sí misma sobre lo que le impedía serlo, el éxito de un campeón que vence sin concesiones, la reserva de ida y vuelta hacia un presente sin límites. Porque Lucía no había mentido a nadie cuando juró ser incapaz de volar. Simplemente, lo hizo.
Pero lo más doloroso del asunto no es que se viera incapaz de tomar un avión, sino que el alma de Lucía venía ya diseñada con una especie de alas que le resultaba muy difícil desplegar. Su pasión por conocer, sus ansias de descubrir y su ambición por vivir un mundo en el que nada le resultaba indiferente, convertían su fobia en una gruesa cadena que rodeaba sus siempre nonatos planes. Asumía que nunca podría visitar determinados lugares, cumplir determinadas tareas profesionales o reencontrarse tan a menudo como le gustaría con su querido Miguel. Pero así eran las cosas.
Hasta que un día voló. Y su miedo, sencillamente, desapareció. Como desaparece el paisaje por debajo de las nubes cuando el avión se eleva, o como desaparecen las maletas que nunca llegan a la cinta transportadora. Aquel primer trayecto entre Madrid y Vigo le permitió, además de sobrevivir, disfrutar de una experiencia inolvidable y, afortunadamente, repetible. Estrenó tarjeta de embarque con algo más que un número de asiento bajo su nombre y sus apellidos. Impreso con la tinta invisible del orgullo, en aquel billete figuraba también el triunfo de sí misma sobre lo que le impedía serlo, el éxito de un campeón que vence sin concesiones, la reserva de ida y vuelta hacia un presente sin límites. Porque Lucía no había mentido a nadie cuando juró ser incapaz de volar. Simplemente, lo hizo.
8 comentarios:
Basado en hechos reales :)
Ahora a la pobre Lucía le tocará escuchar un montón de "¿Lo ves? Te lo dije", pero lo importante no es recordar todo lo que no hizo, sino empezar a hacer todo lo que hasta ahora no pudo.
Explicando su miedo a volar era tan convincente que no cabía duda de que realmente no podía hacerlo... Así somos, nos creemos incapaces y, en lugar de creer en nosotros preferimos creernos a nosotros mismos.
No fear. It's time to fly!
Bueno, hay gente que le cuesta mas que a otras, sin mas...
Besicos
Somos capaces, pero el acojone es el acojone. El miedo debería ser libio para poder arrearle con fuerza.
Qué cojones tiene Lucía.
Mil gracias!!!!!!!!! Lo conseguí. Al final no fue para tanto, supongo que tras tantos años imaginando mil y una catástrofes posibles en ese momento todo se me hizo demasiado insignificante!. Un besazo!
Pues sí, Belén, y si no que me lo digan a mí, que tardé como seis meses en atreverme a hacer el salto del león (he dicho león, no tigre) en clase de gimnasia. Veía cómo el grupo de los cagaos lo formábamos cada vez menos gente. Y yo ahí, paralizado. Hasta que lo hice, ¡y cómo molaba!
CK, contra el miedo libio, plutonio a saco.
Ya lo ves, Perla, y dice que al final no fue para tanto. Así que vamos tomando nota, que no sé qué le pasa a la Gabi últimamente que me parece que necesita un empujoncito... Mil besos, guapa.
Lu, si es que eres una campeona. ¡Cinco continentes te están esperando!
A mi lo que me cuesta es "escribir en público", que por escribir ni se sabe el papel que llevo gastado... pobres árboles sacrificados para TANTA tontería!!!
Lo de volar en mi caso ha sido a la inversa, de no tener miedo ninguno lo he ido cogiendo, sobre todo cada vez que pensaba en amortizar cierto curso que por circunstancias raras de la vida me vi haciendo... Creo haberme reconciliado ya con ese tema que no del todo con el de volar y tranquilo mi karma a ver si cuando emigre resuelvo el asunto del blog.
MBs
Pues ya va siendo hora de escribir en público, Laura, aunque sólo sea por honrar la memoria de toda esa madera talada en nombre de la tiránica literatura anónima.
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