No es que fuera especialmente listo, pero si había algo que le molestaba a Tomás era sentirse tonto. Ya de pequeño tenía que enfrentarse cada dos por tres a esa dichosa frase que parecía servir como respuesta a todas sus preguntas: "cuando seas mayor lo entenderás". A veces era su padre, otras veces su madre o alguna de sus hermanas mayores. Siempre salían con la misma coletilla. Lo preguntaba casi todo porque le incomodaba no entender casi nada. No entendía, por ejemplo, por qué su hermana llegaba llorando a casa después de cada clase con su profesor particular. ¿Por qué lloras si es evidente que te has liado con él durante toda la hora y media? Cuando seas mayor lo entenderás. Tampoco comprendía por qué en esa película la rubia le propinaba al arrogante del sombrero una sonora bofetada y acto seguido se besaban apasionadamente. ¿Por qué le pega entonces? ¿Se quieren o se odian? Preguntas, también, para mayores.
Tomás decidió no preguntar más y esperar al momento de obtener las respuestas. Hasta que un día, acercándose peligrosamente a los veintisiete, recordó todas aquellas dudas que le asaltaban ante ese tipo de situaciones. Qué desagradable fue descubrir que seguía igual que entonces. O es que a su edad no era todavía lo suficientemente mayor como para entender todo aquello que nadie le quiso explicar nunca... o bien es que era el único gilipollas de la familia. Pero seguía sin entender nada. Tomás no era especialmente listo, pero quizá de pequeño no se habría sentido tan tonto. Porque al menos cuando era niño nadie le quiso contestar. Pero ahora, ya mayorcito, había asumido como normales todas esas cosas inexplicadas.
Tomás decidió no preguntar más y esperar al momento de obtener las respuestas. Hasta que un día, acercándose peligrosamente a los veintisiete, recordó todas aquellas dudas que le asaltaban ante ese tipo de situaciones. Qué desagradable fue descubrir que seguía igual que entonces. O es que a su edad no era todavía lo suficientemente mayor como para entender todo aquello que nadie le quiso explicar nunca... o bien es que era el único gilipollas de la familia. Pero seguía sin entender nada. Tomás no era especialmente listo, pero quizá de pequeño no se habría sentido tan tonto. Porque al menos cuando era niño nadie le quiso contestar. Pero ahora, ya mayorcito, había asumido como normales todas esas cosas inexplicadas.
3 comentarios:
Tío, eres el puto amo de la narrativa bloguera ... no sabes cuánto bien me hacen tus post ...
No hay nada peor que aceptar la ignorancia -que puede ser lógica- como natural...
Viva la aceptacion de que no todo tiene sentido! Y vivan las emociones cruzadas! PEro sobretodo, VIVA ALFONSO, cruce entre rata y gallinacea thailandesa!
BESOS de Elena SM
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