Tenía el cabello rubio y rizado, y los ojos más azules del Caribe. Era la herencia de su madre, hija de un militar del norte de Europa que viajó a las Américas sirviendo a la corona española. Tenía también la firmeza de su padre, don Gregorio de la Santa Cruz y Ruiz de Valdezate, Gobernador de Isla Tormentosa, hijo de mercaderes europeos emigrados al Nuevo Mundo en busca de oro y plantaciones de maíz.
Teresa de la Santa Cruz y Schleswig, la nariz más puntiaguda al sur de la Florida, era la hermosa razón por la que Felipe Trujillo, oficial de marina, colgaba cada noche el uniforme para escalar la fachada del Palacio del Tormento hasta el balcón del dormitorio de la hija del Gobernador.
Ese era el otro uniforme del Capitán Trujillo, el de ladrón. Hábil y sigiloso trepador capaz de burlar una y otra vez la seguridad de la sede del Gobierno, de convencer a su amada de que siempre le sería sincero y de dar la mano a su padre en cada banquete mostrando sus respetos hacia su esposa e hija, fingiendo ser uno más de los cientos de soldados del Gobernador que suspiraban resignados por los tirabuzones de Teresa.
Aquella noche, Felipe Trujillo tardó más de lo normal en llegar al balcón. Había disfrutado de un día de permiso, una oportunidad perfecta para asaltar barcos extranjeros como corsario de la Reina. Pero aquel domingo su víctima había sido un mercante español que se resistió a sus andanadas.
- "¿Ya no respetas ni a tu bandera?", le inquirió Teresa.
- "Mi única bandera es la que te cubre en tu cama aristocrática". Ella empezaba a sonreír.
- "...Sólo es un poco de tela"
- "Mataría por ella", contestó Felipe, quitándose sus guantes negros.
- "¿Y también te mantendrías con vida?"
El Capitán Trujillo, el oficial más valiente de Isla Tormentosa, no se atrevió a responder. Apagó las velas del dormitorio y consumó una vez más su traición al Gobernador, ignorante de todo aquello, y su promesa a Teresa de entregarle cuerpo y alma cada día que concluyera sin desangrarse en el mar o en tierra firme.
Aquella noche Felipe se despidió de la hija del Gobernador besando su mano, como lo hacía cada vez que la saludaba delante de su padre... Los dos sabían que la próxima noche tal vez no volverían a verse.
Teresa de la Santa Cruz y Schleswig, la nariz más puntiaguda al sur de la Florida, era la hermosa razón por la que Felipe Trujillo, oficial de marina, colgaba cada noche el uniforme para escalar la fachada del Palacio del Tormento hasta el balcón del dormitorio de la hija del Gobernador.
Ese era el otro uniforme del Capitán Trujillo, el de ladrón. Hábil y sigiloso trepador capaz de burlar una y otra vez la seguridad de la sede del Gobierno, de convencer a su amada de que siempre le sería sincero y de dar la mano a su padre en cada banquete mostrando sus respetos hacia su esposa e hija, fingiendo ser uno más de los cientos de soldados del Gobernador que suspiraban resignados por los tirabuzones de Teresa.
Aquella noche, Felipe Trujillo tardó más de lo normal en llegar al balcón. Había disfrutado de un día de permiso, una oportunidad perfecta para asaltar barcos extranjeros como corsario de la Reina. Pero aquel domingo su víctima había sido un mercante español que se resistió a sus andanadas.
- "¿Ya no respetas ni a tu bandera?", le inquirió Teresa.
- "Mi única bandera es la que te cubre en tu cama aristocrática". Ella empezaba a sonreír.
- "...Sólo es un poco de tela"
- "Mataría por ella", contestó Felipe, quitándose sus guantes negros.
- "¿Y también te mantendrías con vida?"
El Capitán Trujillo, el oficial más valiente de Isla Tormentosa, no se atrevió a responder. Apagó las velas del dormitorio y consumó una vez más su traición al Gobernador, ignorante de todo aquello, y su promesa a Teresa de entregarle cuerpo y alma cada día que concluyera sin desangrarse en el mar o en tierra firme.
Aquella noche Felipe se despidió de la hija del Gobernador besando su mano, como lo hacía cada vez que la saludaba delante de su padre... Los dos sabían que la próxima noche tal vez no volverían a verse.
1 comentario:
Inigualable, como siempre.
Publicar un comentario