Puedo defender la teoría del destino. La que anula la capacidad de influir en la historia, en nuestra propia vida, en el café que esta tarde tú y yo vamos a tomar. Puedo creer que Dios haya contado los cabellos de nuestra cabeza y sepa exactamente en qué instante cada uno de ellos perecerá. Puedo confiar en que nada exista fuera de la predictibilidad. En que ya en la hora prima quedó establecido cada giro del motor de la causalidad. Puedo sentarme a esperar hasta que suceda el futuro conocido, el presente previsto, el ya definido pasado que aún está por llegar. Puedo creer todo eso, pero tú no eres destino. Tú eres mi azar.
Puedes pensar que riges tus pasos sin saber adónde vas. Puedes creer que nada está escrito, que todo surge sin previo aviso, que no hay más ley natural que la que te puedas saltar. Puedes vivir en la inopia, expectante a las sorpresas que brotan sin más. Puedes decir que el imprevisto es la única fuente de la casualidad. Puedes pensar tu futuro sin mí. Pero no lo podrás cambiar.
Porque todo está escrito en un libro imposible que empecé por el final. En él arranca la historia que Dios olvidó imaginar. Las horas de causa-efecto en las que cualquier cabello acaba en el suelo sin avisar. El destino sin programar, la duda del qué ocurrirá, el porvenir que al psicoanálisis se le cayó del diván. Ese libro sin letras lo escribimos a la par. Tú y yo, norma y albedrío, guión y libertad. Da igual en lo que creas, firmé la posteridad. Tu café, ¿solo o con leche? En eso no puedo mandar.
Puedes pensar que riges tus pasos sin saber adónde vas. Puedes creer que nada está escrito, que todo surge sin previo aviso, que no hay más ley natural que la que te puedas saltar. Puedes vivir en la inopia, expectante a las sorpresas que brotan sin más. Puedes decir que el imprevisto es la única fuente de la casualidad. Puedes pensar tu futuro sin mí. Pero no lo podrás cambiar.
Porque todo está escrito en un libro imposible que empecé por el final. En él arranca la historia que Dios olvidó imaginar. Las horas de causa-efecto en las que cualquier cabello acaba en el suelo sin avisar. El destino sin programar, la duda del qué ocurrirá, el porvenir que al psicoanálisis se le cayó del diván. Ese libro sin letras lo escribimos a la par. Tú y yo, norma y albedrío, guión y libertad. Da igual en lo que creas, firmé la posteridad. Tu café, ¿solo o con leche? En eso no puedo mandar.