Me prometí a mí mismo no dedicarte más textos en este blog, pero el anuncio de tu boda bien merece una última excepción. Después de todo, nuestra historia no ha sido más que una sucesión de tragicómicas excepciones que, aunque te empeñes, nos han reportado mucho más que tormento. A mí, sin ir más lejos, me ha regalado el momento más feliz de mi vida. Pero es la tuya la que toca plantearse ahora.
No es este el lugar para hablar de algunas cosas. Pero sí es el lugar para entregarte un último deseo. Desde antes de que te fueras hace tres meses supe que no ibas a volver. Ni las lágrimas, ni los proyectos, ni que dejaras en mi coche tus apuntes para que te los devolviera a la vuelta pudieron convencerme. No porque no quisiera creerte, sino porque te conozco mejor de lo que te conoces tú. Sabía lo que iba a pasar, y desde que me despedí de aquella chica preciosa que lloraba medio dormida bajo su frazada negra no se me ha vuelto a escapar una lágrima. Tampoco estás ya entre mis proyectos ni tus apuntes han salido del maletero en el que los dejaste.
Pero eso no quiere decir que no me importes. Ni que cada vez que voy a casa desde la M-30 no mire a esa ventana en la calle Costa Rica por donde se colaba tanto frío. Ni que me haya dejado de gustar esa canción que, dándole la vuelta, me dedicaste después de una de nuestras discusiones en noviembre.
Tampoco quiere decir que estas líneas no las esté escribiendo con la última carilina a mano, por si de repente tiene que demostrar que aún sirve para lo que la compraste hace casi cinco años. Muchas cosas pendientes quedarán para siempre sin hacer, desde aquellas clases de tango en La Boca hasta la decoración de nuestro piso en Madrid. Muchas cosas que te dije no te las repetiré, y otras que no te he dicho quiero que las escuches hoy. Como que tienes el despertar más dulce, divertido y enternecedor que existe. Que tus ganas de reír y, sobre todo, de hacer reír, te distinguen incluso más que ese foco deslumbrante que tus ángeles dirigen hacia ti cada vez que sales de casa. Que ha sido fascinante aprender contigo; intuir en qué momentos no hay que dejarte sola y cuándo no hay que apagarte la luz, acertar al acariciarte el pelo sin que lo pidas y saber cuándo no hay que hacerte caso. Que no tienes ninguna credibilidad en tu papel de fría e implacable abogada, porque esos ojitos infantiles delatan que algo no ha cambiado en esa mujer desde que era un bebé que se abrazaba a un canguro de peluche. Que podrás hundir o salvar multinacionales en los mejores despachos del mundo, pero tu inocencia interminable no cabe en ese traje elegante. Que eres una desordenada (esto sí te lo he dicho, pero quería repetírtelo), y que 27 años no son suficientes para tener las cosas claras.
Algo sí que tenemos claro hoy los dos, y debemos aprovechar esa conjunción astral que ha permitido este inusual fenómeno: mi sitio no está contigo ni tu sitio conmigo. Pero antes de extenderme te había prometido entregarte un deseo, y ese deseo es que no des un paso en falso que te impida llegar al momento más feliz de tu vida, que está aún por llegar. Que no te prives de liberar esas ganas contenidas de vivir intensamente un futuro que puedes conquistar sin apenas proponértelo. Porque lo tienes todo, existes porque tenías que llegar y bendices con tu vitalidad el aire que entra en los pulmones de quienes te conocen. Gracias a Dios he tenido la suerte infinita de ser de los más afortunados. Ahora cada uno dirigimos nuestro viaje, y yo ya sé en qué estación no me debo bajar. Mi deseo es que tú tampoco te bajes ahora en la estación equivocada.